Festivales de Cine, entre luces y apagón
La falta de corriente eléctrica y otros males de la cotidianidad cubana arrojan cuestionamientos sobre la pertinencia o no de celebrar los eventos cinematográficos.
La falta de transporte en la capital no impidió que una multitud se agolpara ante el cine Yara para la exhibición de la serie Cien años de soledad
Foto: Cortesía del autor
Era un suceso común en las exhibiciones del 45 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana: estabas en medio de la película y, de pronto, ¡apagón! Si tenías la suerte de que fuera el cine Yara, echaban a andar la planta eléctrica, esperabas unos minutos y se hacía la luz del proyector otra vez. Pero si te cogía en el cine 23 y 12, por ejemplo, se acababa la función. Todavía corren ríos de tinta, y de escándalo, por el caso del cortometraje de ficción Matar un hombre, del realizador cubano Orlando Mora, con dos presentaciones fallidas, supuestamente por los cortes de corriente, y a la larga nunca visto en el marco del Festival.
Peor la pasaron el público, y los organizadores, durante el evento Surimagen de Cienfuegos en noviembre pasado. A pocos minutos de comenzar la gala inaugural y ¡pum!, el apagón. La carencia de fluido eléctrico no perdonó ni durante los pocos días de ese Festival del audiovisual a una ciudad sometida, estoicamente y desde hace meses, a oscuridades de 16 horas diarias. Hacían maromas los del Comité Organizador para salvaguardar su programación, jugando con la distribución de corriente según los famosos “circuitos”; y en la noche de cierre, a golpe de planta, rescataron la ceremonia de entrega de los premios en el cine Prado.
Para los que estuvieron en Gibara el pasado agosto, fue una bendición que la Unión Eléctrica Nacional dejara los cataos en On y respetara los días del Festival Internacional de Cine en la Villa Blanca de los Cangrejos. También los lugareños celebraron grandemente ese prodigio, que los mantuvo iluminados por una semana, al menos, tras meses y meses de interminables apagones. Cuentan que el alumbrón llegó con las primeras guaguas que traían desde La Habana a los invitados al evento; y enseguida que un ómnibus cargó con los últimos visitantes, regresó al pueblo costero la penumbra eterna.
¿Hacer o no hacer el Festival?
El Director de esa cita del cine en Gibara, Sergio Benvenuto Solás, escribió por los días del Festival habanero en su perfil de Facebook: “Tómense en serio apoyar al ICAIC para colocar plantas eléctricas en los cines. El Festival de Cine de La Habana (una vez asegurados hospitales y protegidos los alimentos) es una prioridad espiritual. LA GENTE NECESITA UN AIRE”. Su incitación, obviamente dirigida a las autoridades gubernamentales y a los organismos del ramo eléctrico, en pos de defender un espacio cultural por el bien de todos los cubanos, tuvo, sin embargo, sus detractores. En los comentarios, una persona escribió: “Plantas eléctricas en los cines? El festival no debieron programarlo, hoy deberían suspenderlo. La gente necesita más que un aire”.
Las reacciones airadas, las molestias, son comprensibles en una población agobiada por los apagones y la escasez y el precio de la comida, la falta de transporte público y la malas condiciones de los hospitales, hastiada por una crisis económica sempiterna que compromete su propia supervivencia diaria y acaba hasta con los deseos de “refrescar” yendo al cine.
Pero ¿son culpables de esa situación el cine y los eventos culturales cómo para que deban ellos pagar por tanta insatisfacción acumulada? ¿No es acaso cierto que el disfrute de una película, por el placer estético o la contemplación de otras historias de vida, puede servir como un vehículo de entretenimiento, catarsis o escape para individuos y grupos humanos? ¿Es que una sociedad mutilada en la satisfacción de sus necesidades básicas no debe permitirse el afán de subsistir, al menos, con el sustento de sus cualidades espirituales y los aportes al alma social que hacen las manifestaciones artísticas?

No les quites su Festival
Durante aquellos sombríos días de noviembre en Cienfuegos, el cineasta cienfueguero Bárbaro Cabezas, artífice del Surimagen junto Neify Castellón, directora del Centro Provincial de Cine, me explicaba: “Rescatar este festival era una manera de dignificar a la ciudad”.
Tras once años sin realizarse el evento audiovisual sureño, por problemas de presupuestos, cambios institucionales y hasta decisiones que dejaron a la otrora cinéfila Perla del Sur sin una sala hecha y derecha ―hoy sólo queda el Luisa como multisalas; y el céntrico Prado, frente al boulevard y la estatua de Benny Moré, fue transformado en Casa de la Música y salón multipropósito con pantalla―, para estos organizadores era imprescindible retomar su evento, por el bien de los creadores audiovisuales de esa región del país y para mantener vivo el cine en la conciencia de sus habitantes.
A los gibareños no les puedes decir que les quitas su Festival. Esos son sus días mágicos, los que dejan atrás su zozobra cotidiana, los que les dejan sentir que ocupan un lugar en la geografía del mundo. Por tales escasas jornadas del año, además de intercambiar con gente de cine de todo el país y del planeta, y de apreciar que su economía respira un poco, Gibara se siente henchido de importancia y respaldado en su historia y su identidad. En esa villa, los niños ya juegan a ser actores y realizadores y soñar con el momento en que su pueblo los aplaudirá en las pantallas.

Que no agonice la luz
El cine no sólo es una fuente de placer estético o de diversión o escapismo. Es también una fuente de empleo, para todos los que intervienen a la hora de hacer las películas, y también los que participan de su exhibición y consumo en diferentes formas, y los que organizan los festivales y muestras, y las instituciones y empresas que sostienen el andamiaje completo de lo que es una industria vasta y compleja. El cine puede ser una poderosa fuente de atracción de inversiones y riqueza económica. Y los Festivales son herramientas que atraen a nativos y turistas y conforman parte del encanto y la identidad de la ciudad que los organiza. Díganme, ¿qué sería de Cannes, o de Sitges, sin sus famosos festivales?
El cine educa, genera comprensión y empatía, suscita el crecimiento y el cambio personal, enseña sobre el universo y el mundo interior. El cine invita a la reflexión y promueve rebeldías. Hacer cine y festivales, o asistir a este arte como espectadores, no es una forma de hacer eco a eslóganes como el de “resistencia creativa”. La creatividad, y el disfrute de las creaciones humanas, más que formas de “resiliencia”, son formas de existencia en sí mismas, de conformación de maneras de vida y de producción de bienes, son herramientas de productividad y vehículos de crecimiento.
En mi caso, el de un habanero que lleva 45 años esperando cada diciembre, me aterra que la luz del Festival de Cine vaya a apagarse para siempre. Me faltarán alimentos y medicamentos, pero no quiero quedarme también sin las películas (2024).
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