La línea del ombligo o la insoportable fragilidad de la memoria
El largometraje documental de la directora cubana Carla Valdés León, que el 45 Festival de Cine de La Habana acoge en estreno mundial, explora ese territorio que es gran reservorio del pasado y de la identidad.
La edición 45 del Festival de Cine de La Habana acoge el estreno mundial del documental La línea del ombligo (2024) de Carla Valdés León, quien parece canalizar a través de esta película la sosegada angustia que le provoca la extrema fragilidad de la memoria.
La memoria, como ese territorio que es reservorio del pasado, de la identidad, de la propia condición humana. Gran selva de nítidos misterios y de respuestas opacas. Babel fractal donde la información muta en sensación, y lo preciso adquiere la velada gracilidad de una infinita acuarela.
Memoria
Este debut de la joven realizadora cubana en el documental de largometraje (68 minutos), con guion —y guion de montaje— de Lisandra López Fabé, establece un alegórico contrapunteo entre las memorias de las que las dos abuelas de la autora: Marta del Río Rodríguez (1936-2020) y Julia Nereyda García Pérez de Alejo (1930), han resultado, más que depositarias, dispositivos.
Contrapunto que se produce, también, entre varias de las principales plataformas materiales en que las civilizaciones han intentado registrar todos los datos posibles del pasado concreto y del pasado imaginado, en la forma de obras de arte: ya sea papel, con letra escrita, ya con imágenes fotográficas impresas, y el celuloide.
Memori…
Las dos abuelas, representadas en sus edades más avanzadas, nimbadas por una luz crepuscular con olor a violetas, se ven aquí expandidas, sublimadas, en encarnaciones de la oralidad: gran primera forma ―y no caduca― de conservación de la historia, arte y saberes humanos, a través de la transmisión del legado cultural de boca de generaciones de memoriosos a oídos y mentes de generaciones de memoriosos, quienes seguirán pasando esta herencia, siempre enriquecida, a sus descendientes.
El montaje, a cargo de Lilmara Cruz Pavón, busca todo el tiempo yuxtaponerles imágenes de archivos históricos, escritos, fotográficos, fílmicos, en los que se acumulan ingentes cantidades de soportes erosionados, sumidos en las aguas de la ancianidad, terciados por múltiples arrugas.
Justo al borde de la disolución, del tránsito definitivo hacia el recuerdo difuso, hacia la duda. Estas extensiones ideadas por la mente humana para preservar sus conocimientos se revelan tan perecibles como la carne.
Memor…
La fragilidad de la memoria es tan insoportable como ineluctable. La Humanidad quizás solo pueda hallar su verdadera medida en la gran y desesperada batalla contra el olvido. Quien vino de la nada se resiste a regresar a esta. Quien nació del polvo, se niega a ver cómo se borran sus huellas en las inconstantes dunas de la existencia.
La mente busca trascender el perecible receptáculo que resulta el cerebro, y se lanza a encarnar en recipientes sucedáneos, como un fantasma renuente que quiere poseer la mayor cantidad posible de cuerpos palpitantes.
En épocas en que el futuro es cada vez más una incertidumbre, una ilusión borrosa, una entelequia, un vocablo ininteligible que hasta pudiera ser desterrado de los diccionarios, el pasado se manifiesta como una certeza siempre sorprendente, repleta de preguntas y respuestas. Pero su trama es tan compleja y delicada como un copo de nieve.
Toda la invaluable riqueza creativa o histórica que se refugia en un texto escrito, una foto o una película, puede desaparecer bajo el influjo del primer rayo de sol primaveral. Un cataclismo tan colosal como el colapso de una galaxia.
Memo…
La fotografía, ejecutada a seis manos por la propia Valdés León, Claudia Ruiz Lorenzo y Claudia Remedios Suárez, enfatiza en las similitudes entre las texturas ajadas de la piel humana añeja y las superficies de los soportes archivados, convirtiendo la recepción de la película en una experiencia harto sensorial.
Los recuerdos se diluyen entre los corredores de la mente a la par que se esfuman de las superficies materiales. Los documentos también olvidan. Van dejando ir los saberes a su custodia y, finalmente, se duermen en un sueño eterno y abstracto.
La línea del ombligo se sugiere también como un empeño por filmar parte del proceso de este marchitamiento de la memoria, la despedida de las imágenes concretas, la extinción de lo preciso. Asimismo, captaría la tristeza residual que parecen dejar tras de sí los recuerdos olvidados para siempre. Quizás la materia oscura que desborda el universo conocido no fuera más que las huellas ininteligibles de los recuerdos extintos de civilizaciones pasadas.
Mem…
El diálogo entre las abuelas y los archivos se adivina también como el contraste entre las memorias legitimadas como valiosas históricamente —registros de sucesos determinados como decisivos para las lógicas macro-civilizatorias— y las “micro-memorias” personales, familiares, tan sutiles como átomos de hidrógeno, pero que subyacen en el entramado más esencial del decursar humano.
La cinta recuerda entonces la figura de una balanza preciosamente calibrada, que elimina los constructos jerárquicos de poderes y castas, a favor de la revalidación de lo íntimo como memoria trascendente.
Me…
Precisamente, la mayor parte de la obra fílmica de Carla Valdés León —Días de diciembre (2016) y Los puros (2020), que obtuviera el Premio Coral al Mejor Cortometraje Documental en la previa edición 42 del Festival de La Habana— se cimenta en la memoria, la interrogación del pasado, la arqueología de los afectos pasados y sus resonancias presentes. De ella misma, como consecuencia y efecto del pasado.
Son relatos sobre las relaciones entre los individuos y sus contextos sociopolíticos, sobre los testimonios derivados de estos. La humanidad brega contra el olvido y Valdés León impugna el anonimato de su pasado personal.
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Y no puede resultarle menos que horroroso la contemplación de la segunda muerte que resulta la extinción de los recuerdos, últimos testigos (y en gran medida, sentido último) de la existencia de las vidas que los generaron. La línea del ombligo, como bello gesto de resistencia y persistencia, registra la memoria que guarda la realizadora sobre los recuerdos que la antecedieron, sobre el pasado que se extingue de manera gloriosa e inexorable.
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De la rosa solo quedará el olvido (2024).
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