Los rostros de Martí en el cine cubano de ficción

Sólo cuatro largometrajes se han acercado a la importante figura. Cada uno con votos a favor y en contra por parte de crítica y público.

Para la cinta de José Massip de 1971 se eligió al actor Roberto Díaz

Foto: Tomada de Cubacine

La recreación de la vida y obra de José Martí Pérez en la cinematografía nacional ha sido escasa en los largometrajes de ficción.

Durante la etapa del cine silente nadie se acercó a la figura martiana. Ni siquiera lo hizo Enrique Díaz Quesada, principal director cubano de este periodo y quien abordó las luchas independentistas en su filmografía.

Varios estudiosos plantean como razones la inestabilidad de la industria cinematográfica en el país durante sus primeros sesenta años. Pero, sobre todo, la mitificación de su figura martiana como símbolo de los ideales más puros, que lo hacía incómodo a la hora de recrear su trayectoria vital.

Lo cierto es que, en el campo de la ficción, su obra y personalidad ha sido abordada solamente en cuatro largometrajes: La que se murió de amor o Martí en Guatemala (Jean Angelo, 1945.), La rosa blanca. Momentos de la vida de José Martí (Emilio “El Indio” Fernández, 1954), Páginas del diario de José Martí (José Massip, 1971) y José Martí, el ojo del canario (Fernando Pérez, 2010).

El objetivo de este trabajo es acercarse brevemente a la representación audiovisual de Martí, corporeizado en un actor que le dio vida en la pantalla. Componente problematizado debido a la inconformidad frente a su caracterización psico-fenotípica, determinada por los estereotipos en la producción de su imagen.

Apuntes a la formación del imaginario martiano

José Martí vivió una buena parte de su vida fuera de Cuba; por lo tanto, el conocimiento de la población nacional sobre su existencia y obra patriótica estaba limitada a la mención que sobre él se hiciera en los diarios circulantes en la isla, donde pudo aparecer alguna foto suya. Por lo tanto, solo fue una imagen, una palabra, para la mayoría de sus coterráneos del siglo XIX.

El primer busto martiano se presentó en octubre de 1895 en la Casa de la Ópera de Lexington, Nueva York, como homenaje póstumo de la emigración cubana en esa ciudad.

Su primera representación pública fue la estatua del Parque Central en La Habana, inaugurada el 24 de febrero de 1905. Ella consagra la representación de su imagen; es decir, el hombre adulto, transformado en orador, con lo cual se convertía en Mesías, en Apóstol.

Posteriormente, su efigie se multiplicó en plazas y parques a lo largo del país. Siempre desde el Martí maduro, coincidente con el organizador de la guerra que vino a Cuba a ofrecer su vida.

La primera iconografía martiana impresa se compila en 1925, vigente hasta la realizada por Gonzalo de Quesada, centrada en las imágenes y retratos de Martí en vida. Todos hechos en el extranjero.

El segundo intento (1954) de llevar a Martí a la pantalla tuvo la controvertida presencia de un director y un actor mexicanos. (Imagen de ENDAC).

Primer atrevimiento y fracaso

Fue La que se murió de amor el primer largometraje cubano que se atrevió a poner en la pantalla su figura de forma ficcionada.

Como su título indica, el argumento gira alrededor del encuentro entre el cubano y la joven guatemalteca María García Granados durante su estancia en ese país centroamericano, del cual salió uno de sus poemas más sentidos y bellos: “La niña de Guatemala”.

El rodaje del filme se inició en 1942. Al principio, todo parecía anunciar un rotundo éxito, con aceptación, además, por parte de la prensa.

En ese primer momento, el equipo de realización anunció que el Héroe Nacional sería representado por Enrique Alexander, nieto de Doña Amelia Martí, una de las hermanas del patriota, y de quien se decía que poseía un parecido físico muy grande con su tío abuelo.

Sin embargo, fue sustituido, sin mucha explicación, por Mario Viera, locutor en aquellos años del Noticiario RHC, quien finalmente dio cuerpo y vida al Martí fílmico.

La que murió de amor demoró varios años por problemas económicos, y cuando se anunciaba su estreno, fue suspendida y confiscada, debido a las acusaciones hechas por diferentes personas y varias logias a lo largo y ancho de la nación. Argumentaban que el tratamiento dado al Apóstol hacía menoscabo a su memoria.

Según se recoge en el libro de Arturo Agramonte y Luciano Castillo, Cronología del cine cubano II (1937- 1944), el director de la película, Jean Angelo, se defendió de los ataques contra su representación diciendo que su personaje era igual “al Martí símbolo que esta juventud conoce, tan solo en fotografía y el cual se encuentra reproducido en bustos, caricaturas, dibujos, etcétera”.

Félix Lizaso, supervisor de la cinta, manifestó que el rostro exhibido en pantalla debió coincidir con la fotografía tomada en México en 1876. Es decir, un Martí más joven; pero ratificó que la elección se había decantado por la imagen más conocida.

Las venturas y desventuras de La que se murió de amor se extendieron por varios años. Para su estreno, se cambió el título por Martí en Guatemala y fue liberada para su exhibición y explotación definitiva en 1954. En la actualidad no existen copias del filme.

El niño (Damián Rodríguez) y el adolescente (Daniel Romero): rostros de José Martí presentados por Fernando Pérez en su película de 2010. (Foto: Cubadebate)

Segundo intento fallido

Una producción cubano-mexicana estaba destinada a ser el gran homenaje al Apóstol en el año de su centenario. Pero si La que se murió de amor había conseguido alimentar un enjundioso expediente con todas las protestas en su contra, La rosa blanca alcanzaría récord en escritos periodísticos a favor y en contra de su realización y estreno.

Hasta el día de hoy, el filme dirigido por el mexicano Emilio “El Indio” Fernández es el único que ha intentado llevar a la pantalla la biografía martiana. Aunque no de forma completa y, por ello, tiene como subtítulo la aclaración “Momentos de la vida de José Martí”.

La polémica a su alrededor tuvo mucho que ver con el ambiente político después del golpe de estado de Fulgencio Batista en 1952 y, por ende, el plan presentado para celebrar el primer siglo del nacimiento del Héroe nacional.

Debido a que La rosa blanca funcionaba a partir de los criterios de un biopic, debía seleccionarse a un actor para el Martí adolescente y otro para el maduro.

Para el primero se escogió al pinareño Julio Capote, quien no tuvo oponentes ni detractores. Para el segundo, “El Indio” Fernández decidió trabajar con Roberto Cañedo, protagonista de varias de sus películas. Enseguida comenzaron las acusaciones contra él, por ser mexicano y porque no se parecía fenotípicamente.

Francisco Ichaso, supervisor general de la película, lo defendió argumentando que la elección le convenció después de una prueba hecha al actor, a partir de la vida interior transmitida, su mirada profunda, así como su voz cálida, vibrante y lírica.

El volumen IV (1953-1959) de la mentada Cronología del cine cubano cita esta declaración de Roberto Cañedo:

“Con respecto a la figura que estoy interpretando, cumplo dos cometidos, el primero con la mayor dignidad como actor que soy, y el segundo, que siendo mexicano hago una labor de confraternidad entre esta patria mexicana que siente a Cuba como su hermana”.

El estreno se realizó el 11 de agosto de 1954. Después las críticas amainaron en su agresividad, pero no han cesado.

A la tercera… ¿va la vencida?

Transcurrieron casi veinte años antes que la figura de Martí volviera al cine de ficción.

El nuevo largometraje se apoyaba en el diario escrito por el patriota después del desembarco en tierras cubanas, y hacía hincapié en algunos pasajes narrados por Martí y otros contados por Máximo Gómez.

José Massip se planteó el relato mediante una compleja estructura dramática, que fusiona el documental con la ficción mediante diferentes planos temporales, en los que se recrea lo escrito por el Apóstol y se da una visión desde la contemporaneidad.

Para otorgarle carne y vida, el realizador seleccionó al actor Roberto Díaz, quien se mueve a través del texto audiovisual como un fantasma, pues no emite ni un solo parlamento.

Si la prensa había criticado furibundamente las dos películas anteriores, frente a Páginas del diario de José Martí se produjo un silencio apabullante.

Solo Alejo Carpentier salvó la honrilla con un artículo publicado en Cine cubano. El escritor centraba su atención en los aspectos más evidentes de la reconstrucción histórica, desde la similitud con respecto a sus referentes. Nada decía sobre la representación.

Cuarta y aprobación final

De nuevo hubo que esperar casi treinta años, para que Martí apareciera otra vez en las pantallas nacionales dentro de un largometraje de ficción.

La nueva cinta implicaba un cambio de enfoque con respecto a las cintas anteriores. Su director, Fernando Pérez, explicó: “Tengo que confesar que decidí contar mi historia a partir de la infancia y la adolescencia del Maestro, porque el Martí adulto me sobrecoge… Y cada cubano tiene su Martí”.

Los imberbes rostros martianos fueron aportados por Damián Rodríguez y Daniel Romero Pildain. El elemento principal para su selección fue la mirada: un componente llamativo en las pocas fotos que se conservan de ese periodo vital martiano.

José Martí, el ojo del canario obtuvo la aprobación de la mayoría de la prensa nacional. Ganó el premio coral a la mejor dirección y mejor dirección artística en el 32 Festival Internacional del Nuevo cine latinoamericano de La Habana entre otros galardones internacionales (2024).

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