Animar a Martí
En 2012, la filial de los Estudios ICAIC en Holguín estrenó Abdala, el retorno de los señores de Xibalbá.
Una de las líneas temáticas más visitadas por la animación cubana en la última década han sido las versiones de textos de José Martí, con predilección por aquellos contenidos en su revista La Edad de Oro, de fuerte contenido moral y expresamente dirigidos a la infancia.
Títulos como La muñeca negra (Nelson Serrano, 2012), Nené traviesa (Alexander Rodríguez, 2003), o la serie Conociendo a Martí son algunas de las producciones en cortometraje que, sobre el particular, han realizado los estudios de Animación ICAIC en esta, su segunda vida, que inicia a partir de 2003.
Por estrenarse está el primer largo de animación estereoscópica hecho en Cuba, Meñique (Ernesto Padrón), basado en la versión del relato del folclore europeo conocido como Pulgarcito, y que Martí incluyera también en su revista.
Una nueva producción sería titulada precisamente La Edad de Oro y reunirá en un largo cuatro relatos contenidos en sus páginas, adaptados y dirigidos por igual número de realizadores.
En todas las piezas hasta ahora realizadas se nota la tensión entre representar visualmente el texto original, es decir, ilustrar –algo que funciona como uno de los procedimientos consustanciales al acto de animar, pues trasladar el texto literario al dibujo animado siempre supone, de una manera u otra, su ilustración, tratándose de una técnica que en general no depende del registro de la realidad física, como sí hace el cine de imagen real-, o reelaborar el referente sin perder su esencia.
Por ejemplo, en Nené traviesa se contemporiza la anécdota, situando la fábula axiológica originalmente contenida en La Edad de Oro en un apartamento de La Habana actual, donde un padre y su hija pequeña negocian el dolor por la muerte de la madre.
La gravedad pedagógica del animado nacional mayoritario, el esquematismo en la definición de las sicologías de los personajes, el ritmo lento de las acciones son aliviados aquí a través de una animación mucho más ágil, un montaje atento al ritmo de la puesta en escena y la libertad expresiva que favorece el empleo del lenguaje de animación Flash.
En términos generales, se busca la justificación dramática de cada acción y es notable un cada vez menor pudor en el uso de situaciones violentas, con un ritmo acelerado y efectista, además de la incorporación de subtemas acaso extraños para el paternalismo con que suele concebirse en nuestro animado reciente el diálogo con la infancia.
En 2012, la filial de los Estudios ICAIC en Holguín, denominada Anima, estrenó Abdala, el retorno de los señores de Xibalbá (Adrián López Morín), una adaptación del poema épico que Martí escribiera con solo 15 años y donde realza el apego a los valores de lo propio frente a la usurpación foránea. La obra fue publicada en la única entrega del periódico La Patria Libre, aparecido el 23 de enero de 1869.
El proyecto asumió sin pudor el riesgo de lo apócrifo: en vez del ámbito de la Nubia donde Martí ambienta la trama de su texto alegórico –que alude oblicuamente a la situación de Cuba en medio de la guerra de independencia, iniciada años antes-, el guión escoge un escenario mesoamericano precolombino.
Y en vez de una reconstrucción histórica pura y dura, propone una fábula retro-futurista; es decir, un ambiente del pasado histórico con elementos tecnológicos y anecdóticos de ciencia ficción. Esta incursión consigue acercar el antecedente literario a la sensibilidad y referentes del espectador del presente, sin perder los valores de fondo.
López Morín, director fundador de Anima (nacida en 2008), ha creado un pequeño grupo de creadores que él mismo capacitó, con ayuda de asesorías y la colaboración del ICAIC, procedentes mayormente de la Academia Profesional de Artes Plásticas “El Alba” de Holguín. Formado él mismo en la especialidad de diseño gráfico, era de esperarse un tratamiento visual de la puesta que resaltara por los valores plásticos del dibujo y el cuidado en la factura del producto visual.
Abdala posee un atractivo plástico inmediato en el diseño de sus personajes, que resalta por la elección del dibujo anatómico como recurso estilístico, el cuidado en el diseño general y la calidad de la propuesta figurativa. Mas, los problemas de su puesta en escena empiezan con la traducción del universo plástico y literario a la forma animada, allí donde se decide el éxito de una obra que es a un tiempo narrativa y bellas artes, pero que sumerge tales precedencias para transformarse en cine.
Abdala contiene un desenfado visual que colisiona con la solemnidad de su puesta en escena. Aunque delicadamente diseñados y dibujados, los personajes pecan de un hieratismo lamentable, debido a la defectuosa animación facial.
La belleza aquí no se traduce automáticamente en un buen diseño cinético, sino que más bien dificulta la intención foto-realista de una propuesta que descansa en un diseño general de ambición naturalista y en alejarse todo lo posible de las formas caricaturescas que imperan en la animación cubana, heredadas de la historieta gráfica y de su identificación directa con un lenguaje para niños.
La intención de orientar su discurso a un espectador de mayor edad, sobre todo a los jóvenes próximos a la estética de la animación japonesa, los videojuegos y el manga, es de aplaudir. Pero una lección a aprender es la necesidad de prestar el necesario cuidado al discurso de la obra animada, que se decide en la puesta para el movimiento y no en la belleza plástica. Muchos ejemplos existen en la animación internacional de trabajos de arte primorosamente ejecutados, para posteriores puestas en escena flojas y ejecuciones del material que lo dejan, como es el caso, más cerca del lenguaje del libro ilustrado que del texto audiovisual.
La animación pobre en Abdala, más pendiente del virtuosismo del dibujo que del timing de la puesta, se hace más conflictiva debido a la convivencia de varios estilos de animación como accidente, no como recurso. El uso de animación bidimensional para los personajes y de modelos tridimensionales para naves de combate y artefactos alienígenas resulta chocante en un montaje que los alterna bajo un criterio narrativo que rompe la unidad de estilo.
El énfasis que se ofrenda a la escena de la batalla decisiva –momento climático que debe mucho en su inspiración a filmes como Avatar (James Cameron, 2009) y Patlabor– evidencia la voluntad de conseguir un espectáculo envolvente, algo que se logra por momentos, si bien a costa del desarrollo de un todo coherente.
El aspecto más alarmante es la alternancia de diálogos con textos dichos por los actores con recitación teatral (Manuel Porto como el Sacerdote; Blanca Rosa Blanco como la madre), frente a otros de carácter conversacional (Enrique Bueno como Abdala). Las voces engoladas y afectadas por una dicción trascendentalista, así como la aun más discutible elección de líneas del texto original martiano, difíciles por sí mismas para ser dichas en una puesta de ambición naturalista, complican la inicial intención de transmitir un relato canónico a través de un lenguaje nuevo.
Aquí se evidencian los problemas generales de un método que busca contemporizar discursos tenidos por arcaicos o difíciles, como es el caso del Abdala martiano, pero que en todo caso debían funcionar como traducciones de un tipo de lenguaje metafórico y grave a otro desenfadado y directo, como viene a ser el del cine narrativo convencional.
Otra cuestión mal resuelta es la del diseño sonoro. Fuera de las voces de los personajes, la música instrumental de peso narrativo y el tema interpretado por voces del Teatro Lírico de Holguín, al cierre, apenas hay una elaboración de la banda sonora que sugiera un mundo, un universo más allá del continente visual.
La dimensión aural ofrece posibilidades inmensas de creación de sentido en este tipo de obra, pero exige de una atención detallada, al tratarse el cine de animación de la producción de un relato visual sin banda sonora referencial, debido a que todo en él es creado de la nada.
Los defectos de Abdala, el retorno de los señores de Xibalbá, están al centro de las nuevas políticas de traslación de la obra martiana a la animación cubana dirigida a los espectadores del presente. Recuérdese que uno de los mayores logros de la saga de Elpidio Valdés, creada por Juan Padrón en la pasada década del setenta -con mucho, el producto de la animación local que más ha calado en tres generaciones de cubanos-, fue rehuir el tono solemne que en la impartición de la historia nacional primaba por entonces. Digo esto porque las versiones “posmodernas” realizadas por los estudios Disney, a partir de la década del noventa (Aladino, Hércules, Mulan, Pocahontas) nacen de vaciar de sentido histórico y alegórico su estructura y de convertirlas en franquicias de un cine de entretenimiento conservador, solo en su epidermis consciente culturalmente.
Los de Anima, que ya trabajan en una versión animada de Caupolicán, según una leyenda precolombina, y que, en palabras de López Morín, sueñan con realizar una serie a partir de los relatos contenidos en Oros viejos, el libro de Herminio Almendros, podrían hacer una contribución inestimable a esa cultura del espectáculo a través del cine de animación.
Como afirma el propio director de Abdala. “Nuestro discurso siempre estará encaminado a motivar el acercamiento de los jóvenes a la savia y la magia de nuestra literatura. (…) Nuestra empresa es defender valores, sin convertirlos en panfleto”.
No obstante, resulta interesante escuchar a los realizadores de Abdala reconocer sus influencias en la animación japonesa, en Disney y en el dibujo animado cubano. Digo interesante porque son tales los referentes que en general declaran los nuevos realizadores de la animación local.
Esta alta dependencia de modelos hegemónicos pone en evidencia zonas de influencia cultural inevitables del presente, pero echa en falta un repertorio de prácticas no industriales o independientes, y de propuestas de autor que están mucho más cerca de las aspiraciones ideo-estéticas de la animación cubana.
Adaptar a Martí será siempre un reto para los cubanos. Desde pequeños se nos suele hablar de él desde una gravedad de la cual luego nos cuesta desembarazarnos. El riesgo mayor de elegir su obra para ilustrar los temas, a partir de los cuales elaborar una producción institucional que quiere generar ciudadanía, está en acabar subrayando los valores culturales autóctonos como símbolo externo, vacío, sin peso moral, en vez de hacerlo como verdad ética. Conseguir la comunicación abierta con el destinatario invocando su unidad como etnos, como nación, requiere una elaboración mucho más compleja.
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