Con el diablo en el cuerpo, o de cómo seguir siendo independiente

Este texto, que fue leído por el autor en el IV Encuentro sobre Cultura Audiovisual y Tecnologías Digitales recién celebrado en Camagüey, resume el momento actual del cine independiente en Cuba.

En Cuba se habla mucho de cine independiente, especialmente si se trata de realizadores que quieren, con sus obras, desmarcarse de los temas, formas de producción o estilos que acompañan al cine oficial.

Foto: Tomada de Vistar Magazine

A todo el mundo le gusta ser independiente, marcar una cruz, dejar una huella. Es una forma de reafirmar nuestra identidad, rechazando ciertas leyes, reglas o modelos establecidos. Queremos ser independientes de nuestros padres, de las instituciones, de un sistema, del poder, de las dinámicas del mercado, de las órdenes y convenciones, no importa si estas se mueven en el campo de la política, las ideas, las manifestaciones culturales, las finanzas, la moral, el sexo o las prácticas sociales. Se es independiente de algo para volverse dependiente de otra cosa.

Ser independiente es un anhelo, un gesto, un valor agregado, el bonus track que corona nuestra existencia. Pero esa noble actitud se interpreta de las más disímiles maneras en todo el mundo, según las épocas o momentos. Asociado a la libertad o la autonomía, se convierte en algo peligroso para el orden y en tal sentido tendrá que ser sofocado. Comprende una extraña paradoja, ya que –con toda seguridad– los que hoy ponen más empeño en acabar con los actos de independencia olvidan que ayer ellos también abogaron y lucharon por obtenerla.

En Cuba se habla mucho de cine independiente, especialmente si se trata de realizadores que quieren, con sus obras, desmarcarse de los temas, formas de producción o estilos que acompañan al cine oficial. Se ha generado toda una conversación mediática alrededor de la legitimidad del término, su sentido y práctica en nuestro contexto, donde, por cierto, la independencia ha sido muchas veces asociada a la disidencia y a la contrarrevolución.

Como todo tiene una historia, deberíamos ser justos recordando que teníamos obras independientes antes de crearse el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), en 1959. Los cortos de agitación y propaganda rodados en la pasada década de los cuarenta, bajo el sello de la Cuba Sono Films y sufragados por el Partido Socialista, y los sindicatos obreros fueron independientes, como también El Mégano, Jocuma y La cooperativa del hambre, tres documentales de corte neorrealista y escasa difusión, filmados en los cincuenta por jóvenes interesados en denunciar la dura vida en los campos cubanos. Ninguna de ellas operó bajo los esquemas del cine comercial de entonces, plagado de melodramas, filmes musicales o de rumberas, y de comedias.

Los jóvenes son cada vez más quienes sostienen la producción de cine en Cuba.

Los que fundaron Hollywood eran emigrantes y empresarios independientes que, huyendo de las amenazas del monopolio Edison en la costa este, llegaron a las planicies de California para levantar, luego, todo un imperio. Nadie tenía tanta influencia en el naciente Hollywood como Chaplin, Griffith, Mary Pickford y Douglas Fairbanks, quienes buscando mayor autonomía se unieron para crear, en 1919, la United Artist, el primer estudio independiente que poco después sería comprado por uno de los grandes como la Metro Goldwyn Mayer.

El “independiente” David W. Griffith fue uno de los más influyentes hombres del cine. Sus conceptos del relato, los personajes, las emociones y las técnicas del montaje conformaron la base principal del estilo hollywoodense, una marca que todas las cinematografías han clonado, perdurando hasta nuestros días.

Orson Welles no era un hombre del cine sino del teatro, pero además era un genio y, con un programa para la radio sobre la llegada de extraterrestres, aterrorizó de tal forma a New Jersey que los magnates de la RKO le dieron total autoridad para rodar su primera película, Ciudadano Kane, hecha con amigos, los actores y actrices de su propio grupo de teatro.

Si tomamos a Hollywood como modelo universal de un estilo de realización artística industrializado y eficiente, la obra del ICAIC, como la de otros países latinoamericanos, resultó independiente, ya que en las pasadas décadas de los sesenta y setenta pretendió distanciarse de ellos formal y conceptualmente haciendo un cine imperfecto. En el propio ICAIC, en su etapa más notable, aparecieron disímiles poéticas, con figuras como Nicolás Guillén Landrián, Tomás Gutiérrez Alea, Humberto Solás, Julio García Espinosa, Enrique Pineda Barnet o Santiago Álvarez, mostrándose por igual con sus obras, a veces de forma radical e innovadora y, en otras, siguiendo patrones estéticos más convencionales.

En Estados Unidos, John Cassavettes, Jonas Mekas, Woody Allen, Jim Jarmusch, Quentin Tarantino o Steven Spielberg han rodado películas muy disímiles, pero todos, a su manera, pueden ser considerados independientes, pues gozan de plena autoridad sobre el corte final de sus obras y no importará si para realizarlas se apoyaron sobre los hombros de un gran estudio o empeñaron su propia casa.

En todos los países donde el cine ha logrado mantener una estabilidad y desarrollo podemos encontrar corrientes, estilos y disidencias. Cuando un grupo de artistas, empresarios, políticos o funcionarios se empoderan, surgen las orientaciones, los rituales y las jerarquías. El “deber ser” sustituye al “ser”. Rápidamente nacen las instituciones, fundaciones, escuelas, ministerios, festivales y toda la creación artística se verá inmersa y pendiente de un sistema que la controla, manipula, potencia o recicla, según sean sus intereses, obviando que todo arte es contestatario por naturaleza, porque nace de una indagación personal del propio sujeto a su contexto.

Siempre habrá artistas incómodos, pero pagarán un precio grande por ello. Necesitan la impugnación para generar una obra, para forzar los límites y hacer colapsar un modelo. Por eso la independencia debe estar asociada no tanto a la cuantía del apoyo financiero (quién, cómo o para qué se paga), sino a la real autonomía o libertad creativa del artista, quien debe resistirse al molde, la complacencia o la autoridad. Por eso, podemos encontrar autores y filmes de espíritu independiente realizados dentro de los marcos más oficiales y películas convencionales e intrascendentes generadas en espacios aparentemente alternativos, porque la independencia es una actitud individual de resistencia.

Nadie ha producido tantas obras en los últimos 30 años en Cuba como la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) de San Antonio de los Baños y la Facultad de Medios Audiovisuales (FAMCA) de la Universidad de las Artes, dos escuelas surgidas en la segunda mitad de la pasada década de los ochenta y de las cuales han salido la mayoría de los realizadores, productores, editores, fotógrafos, sonidistas o escritores del audiovisual nacional.

La mitad de ellos ya no está en Cuba, pero todos encontraron en las Muestras de Cine Joven, auspiciadas por el ICAIC, un espacio para hacerse notar. Este evento anual sirve de marco perfecto (aunque no único) para estudiar las dinámicas por las que se ha movido el llamado cine independiente cubano. Un dato: solo tomando en cuenta los materiales exhibidos en sus 18 ediciones (2001-2019), observamos la cifra de 1003 títulos, entre ficciones, documentales y animaciones; de ellos, 50 fueron presentados fuera de concurso porque sus autores ya rebasaban la edad límite de 35 años que exigía la convocatoria.

Uno pudiera preguntarse si estas obras, variadas en calidad y presupuestos, son, como suele decirse, realmente independientes. ¿Independientes de quién o de qué? ¿Ofrecen una perspectiva estética diferente a la tradicional? ¿Son el resultado de un proceso de búsqueda artística, de investigación y reflexión individual sobre el mundo? ¿Se oponen al pensamiento o discurso oficial? ¿Acaso trabajar para el “centro” significa ser dependientes? ¿Cómo puede catalogarse independiente una producción que responde a modelos de enseñanza y aprendizaje sostenidos por el propio Estado cubano?

Responder a esas interrogantes llevaría al texto por un largo sendero que se bifurca, un laberinto donde cada autor tendrá su punto de vista. Cualesquiera que sean las ideas, no debemos olvidar que:

1-En Cuba todas las salas y espacios de exhibición pública están controlados y administrados por instituciones u organismos oficiales. No están permitidas las salas privadas ni los circuitos de exhibición alternativos.

2- Se necesitan licencias o permisos oficiales para rodar obras audiovisuales en los espacios públicos, organismos, ministerios o instituciones del Estado. Los realizadores deben presentar los guiones, sinopsis o escaletas de sus obras antes de ser acreditados. Está claro que si el tema o tratamiento visual no es del agrado de los decisores, estos filmes no recibirán el visto bueno y deberán ser rodados sin ruido y sin nueces.

3- Solo el ICAIC o el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) están legalmente autorizados para otorgar esas licencias. Asociaciones o productoras como Mundo Latino, RTV Comercial, Hurón Azul, la Asociación Cubana del Audiovisual, entre otras que han contado también con esas “prerrogativas”, no son autónomas, tienen un organismo oficial de relación que las representa.

4- Cualquier proceso de filmación (también el del “cine oficial”) resulta largo y engorroso. La creación artística no escapa de los males burocráticos y prejuicios que arrastra el sistema cubano. No es bien visto el patrocinio de empresas extranjeras, bancos o fundaciones, estén o no acreditadas en Cuba. El llamado sector no estatal o privado tampoco puede aportar fondos de manera transparente y directa a las producciones.

5-Las películas de los “independientes” no tienen asegurada su exhibición comercial en territorio nacional. El ICAIC auspicia desde hace 18 años la Muestra Joven, la AHS el Almacén de la Imagen, pero casi ninguna de las obras premiadas y aplaudidas en esos encuentros han sido distribuidas o vistas de manera normal en salas. Es un cine no visibilizado, que muere pronto, alimentándose de sí mismo. Esto disloca el concepto del cine como sistema. Se puede filmar pero no se puede exhibir, de tal manera que las inversiones no regresan a los productores o autores.

6- En la última década han surgido nuevas vías para impulsar la realización de obras “independientes” en nuestro contexto. El Fondo Noruego para el Cine Cubano, el GoCuba, promovido por el festival de Ámsterdam, el fondo otorgado por Cinergia o las plataformas de micromecenazgo (crowdfounding), que permiten obtener financiamientos utilizando las redes sociales y grupos de inversores son importantes, pero son solo pequeños nichos a los que recurrir. Todos ellos coexisten con las oportunidades que ofrecen nuestras instituciones, a través de estrategias como el Haciendo Cine de la Muestra Joven u otras en festivales nacionales.

7- Casi un centenar de productoras y grupos de creación independientes permanecen activos en la isla. Ninguno cuenta con amparo legal. De extraña forma, han operado con las instituciones oficiales que los contratan por sus servicios, les pagan por el alquiler de equipamiento o coproducen sus obras. Baste decir que desde el entorno independiente han surgido alrededor de 35 largometrajes de ficción en las últimas dos décadas. Solo 10 han contado con exhibiciones regulares.

8-Los cineastas menores de 35 años pueden soñar con ver incluidas sus obras en los programas de eventos y festivales nacionales para el audiovisual, citas puntuales de escaso impacto en las comunidades. Ser aceptado, tener una sala para exhibir o debatir sus filmes, recibir un premio es bueno, pero constituye solo una bocanada de oxígeno para mantener el entusiasmo. Los que sobrepasan esa edad deben labrarse su propio camino.

La reciente firma de un decreto ley sobre el Creador Audiovisual Cinematográfico Independiente, dada a conocer oficialmente el 25 de marzo pasado, pone fin a un largo y a veces socavado proceso de negociaciones entre los cineastas y funcionarios del Gobierno en pos de solucionar los problemas de la industria fílmica nacional. Aunque aún no se conocen las nuevas regulaciones, detalle que ha levantado suspicacias, es de suponer que la ruta para legalizar las productoras independientes y la posibilidad de aspirar a fondos de fomento para el sector devuelva la confianza, el nivel y vigor (tal vez un poco de Viagra ayude) mostrado en otras épocas por nuestra cinematografía.

De cualquier forma, los prejuicios, las estigmatizaciones y temores que tanto frenan la creación audiovisual en el país tendrán que desaparecer, si de verdad se desea impulsar el cine nacional. Se trata de organizar, sí, pero sobre todo de facilitar la creación. No marchar de espaldas a dinámicas creativas y tecnológicas que cambian cada día.

Lo esencial no será si las obras son independientes o realizadas por la industria oficial, si el artista recurre a un modelo o si se propone subvertirlo, si le venden su alma al diablo o hacen el cine con el diablo en el cuerpo, si consiguen manejar un proyecto de miles de dólares o si ruedan pidiendo limosnas. Lo que realmente debe importarnos es que, después de todo, empecemos nuevamente a hablar, sin etiquetas, de cine, de imágenes y de Cuba. (2019)

Un comentario

  1. Ronald Antonio Ramirez

    Un excelente texto, ojalá lo lean quienes de verdad les importe el futuro del cine nacional

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