La Habana entre luces y sombras
La Habana estuvo esperando, durante un buen tiempo, por la llegada del alumbrado por gas a sus calles y casas.

La Habana estuvo esperando, durante un buen tiempo, por la llegada del alumbrado por gas a sus calles y casas
Hasta bien entrado el siglo xix, las noches habaneras no gozaron de una buena iluminación. El alumbrado por gas, presente en las mayores ciudades de Europa y Estados Unidos desde 1820, no llegaría a la isla hasta 1844, después de muchos tropiezos para su introducción. En cambio, el alumbrado eléctrico avanzó rápido.
En los primeros tiempos de la villa, quienes se aventuraban a traficar de noche debían ser portadores de la iluminación, porque las calles carecían de luz. En 1787, el Capitán general, Don José Espeleta, introdujo faroles en algunas esquinas de La Habana, pero según los cronistas de la época, estos servían apenas para acusar las sombras y proteger aventuras, no todas amorosas. Fue, sin embargo, el comienzo. Don Luis de Las Casas (1790-1796) perfeccionó el sistema Espeleta y, a partir de entonces, suceden los avances y proliferan los faroles de aceite, colgados en postes y paredes. Las primeras funciones teatrales habaneras datan de estos años.
En efecto, el teatro Coliseo, edificado en la confluencia de las calles de Luz y Oficios, se inaugura en 1775; El Circo, en el Campo de Marte, en 1800; El Principal (El Coliseo reconstruido), en 1803; El Horcón, en Monte y Estévez, en 1828; el Diorama, ocupando la manzana de Industria, San José, San Rafael y Amistad, en 1829; y el opulento Teatro Tacón, frente al Paseo del Prado, en 1838. Menos el Coliseo, que tal vez oficiara solamente de día, o acaso en las noches a la luz de las velas, el resto se beneficia de los faroles de aceite y todos son anteriores al alumbrado por gas.
La Habana estuvo esperando, durante un buen tiempo, por la llegada del alumbrado por gas a sus calles y casas. Desde 1816 comenzaron los anuncios de proyectos al respecto; luego fue en los años 1819, 1820 y 1821. En 1820, el brigadier de Marina Honorato de Boullón, quien realizó el alumbrado de la farola del Morro, es solicitado para acometer esa obra en la villa. Así, realiza una demostración el 21 de febrero de 1821, colocando dos farolas en la Casa de Gobierno y cuatro en las calles de Obispo y de Mercaderes. La prueba fue exitosa y acogida con regocijo por la población, pero hubo que esperar aún 23 años más para ver ese tipo de luz irradiando en la capital.
El gas permaneció, durante más de cuarenta años, en el alumbrado de la ciudad, antes de dar paso a la electricidad, en una sucesión de etapas signadas por el avance tecnológico y el forcejeo corporativo como se puede apreciar a continuación.
En 1844, el gobierno colonial contrató los servicios del norteamericano James Rott y del cubano Miguel Silva para construir una fábrica de gas a partir del carbón, instalar tuberías en las calles y distribuir el combustible para uso público y privado. Estos señores organizaron la Compañía Española de Alumbrado de Gas y pactaron con las autoridades el alumbrado de las calles, parques y edificios públicos por un período de 26 años. A la compañía se le concedió un plazo de seis años para la ejecución del proyecto, pero lo empezaron a distribuir mucho antes. La planta estaba situada en Tallapiedra.
El primer anuncio publicado en el Diario de la Marina en 1846 por la compañía española de alumbrado de gas, «a todos los que deseen proveerse de la luz del gas», declaraba:
«Habiéndose colocado ya la cañería del gas, desde el establecimiento de la compañía en Tallapiedra hasta la Plaza de Armas, en las calles del Águila, Calzada del Monte, Muralla, Mercaderes, y en las de San Rafael, Amistad, Obispo y Aguiar, se suplica a los señores dueños de casas y establecimientos en dichas calles que deseen proveerse de la luz del gas, se sirvan concurrir al despacho de la compañía para imponerse de los precios del gas y efectuar la instalación, advirtiéndose que estos precios de gastos no son más subidos que los de Nueva Orleans y otras ciudades meridionales de los Estados Unidos, a pesar del mayor costo que acarrean en este país las obras de esta clase. Los aparatos instalados para la elaboración del gas, concluidos y sentados con arreglo a los principios científicos más modernos, prometen producir una luz que por su esplendor y limpieza nada tenga que envidiar a las de igual clase adoptadas en las primeras ciudades de Europa y Norteamérica; por tanto la compañía se lisonjea de ofrecer al ilustrado público de La Habana, una mejora que ya reclamaba el estado de adelanto y cultura del país, esperando lograr el favor y protección que el establecimiento sin duda merecerá. El despacho de la compañía se halla en la calle del Obispo número 19, donde impondrá el tesorero, don Alejo A. Rafels”.
Al parecer, con el crecimiento de la ciudad, los servicios que brindaba la planta de Tallapiedra resultaban insuficientes, porque el gobierno concedió permiso al habanero Juan Domingo Stable, en 1877, para construir y explotar otra fábrica de gas; concesión que Stable traspasó a la Havana Gas Light Company, establecida en Nueva York, la cual construyó una planta en la calle Melones, instaló un sistema de tuberías en las calles y comenzó a distribuir gas en 1882.
Sin embargo, la coexistencia de dos compañías rivalizando con el servicio de gas en la ciudad no fue exitosa y un año después ambas empresas fueron arrendadas a la Spanish American Light and Power Company, la cual en 1886 creó una nueva corporación consolidada con ese nombre, reconstruyó la planta de Melones y cerró la de Tallapiedra.
Pero una nueva fuente de energía se estaba desarrollando y no demoraría mucho para llegar a la Isla. Charles Francis Brush produjo, en 1878, la primera lámpara de arco comercializable, y un año más tarde, Thomas Alva Edison presentó su bombilla eléctrica incandescente. El propio Edison instaló en Nueva York, en 1882, la primera gran central eléctrica del mundo. Solo seis años después, la Compañía de Luz y Fuerza pidió autorización para instalar lámparas eléctricas de arco en las calles de Obispo y de O´Reilly en sustitución del alumbrado de gas. En noviembre de 1888 el gobierno aprobó la realización de un ensayo con esos fines.
Como las pruebas fueron exitosas, el Gobernador general de la isla dispuso, en junio de 1889, la instalación de lámparas eléctricas en la Plaza de Armas y, al mes siguiente, aprobó la sustitución de 377 lámparas de gas por las eléctricas en parques y paseos de la ciudad, e igualmente en las oficinas del gobierno. En 1890 se promulgó un Decreto Real que reglamentaba la construcción y explotación de plantas para la generación y transmisión de gas y electricidad.
La Spanish American Light and Power Company Consolidated continuó la explotación de los servicios de gas y electricidad en la villa hasta 1904, cuando fue reorganizada y pasó a llamarse Compañía de Gas y Electricidad de La Habana; pero en 1921 se fusionó con la Havana Electric Railway Company para dar lugar a la Havana Electric Railway Light and Power Co. En 1928, esta compañía absorbió las empresas del ramo que operaban en otros sitios del país para conformar la Compañía Cubana de Electricidad, la cual asumió ese servicio en toda la isla.
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