La invención del nuevo documental social cubano
Al final del camino: un documental acerca del envejecimiento demográfico en Cuba.
Hay un vasto territorio del documental contemporáneo que ha vuelto a hacer política. Sin desentenderse de asuntos puramente estéticos y de estrategias expresivas particulares de la no ficción, ha redoblado su compromiso con las agendas públicas, los asuntos mal ventilados o los segmentos sociales menos favorecidos.
Esta zona abandona las agendas de grupos de control y el trabajo sobre la hegemonía política ejercida por los gobiernos, para sostener intereses minoritarios, de individuos o agrupaciones que pretenden dar a conocer su parecer sobre ciertas cuestiones que nos afectan como comunidad. En buena medida, se trata de una segunda ola de documentales activistas, militantes, que se asemejan a los producidos por la generación de cineastas que acompañó a los movimientos reivindicativos de la pasada década del sesenta y dio lugar a varias de las poéticas más sólidas del cine moderno.
Mírese la obra de acaso el realizador más célebre de esta tendencia en las últimas dos décadas: Michael Moore. Partiendo de preocupaciones cívicas personales, que expresa en sus libros e intervenciones en los mass media, a partir de diseños de producción flexibles y sencillos, con presupuestos ínfimos (sobre todo en sus primeras obras), con equipamiento ligero y una libertad de movimiento enorme, Moore ha registrado el malestar de la Norteamérica profunda sobre el terreno público, interviniendo con su cámara en recintos del poder financiero y político, comparando realidades contrastantes, emplazando a responsables y dando voz a su manera de ver las cosas. Ello, si bien resulta en un viaje seductor por las transformaciones socioeconómicas de los Estados Unidos de la década de los noventa en lo adelante, da lugar a documentos de agitación que invitan a hacer algo frente al estado de cosas.
El ejemplo de Moore ha dado lugar a toda clase de discípulos que aprovechan la cinematografía digital para enhebrar indagaciones y reflexiones sobre la trama de lo colectivo.
La década pasada vio el auge de esta clase de aproximación en el audiovisual cubano, sobre todo en estudiantes de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños y la Facultad de Medios Audiovisuales del Instituto Superior de Arte, y de toda clase de creadores ajenos a los centros productores tradicionales. Lo cual implica todo tipo de miradas y enfoques menos oficiales.
Los documentales de “temas candentes” se han vuelto de esta forma presencia común, sobre todo en las Muestras de Nuevos Realizadores. Luego, su circulación se quiebra y sus tratamientos, útiles para encender la polémica y enriquecer el limitado abanico editorial de los medios masivos, queda recluido a discusiones de unos pocos o a los análisis de especialistas.
Buena parte de las obras que en los últimos años se han realizado acerca de temas como la migración interna (Buscándote Habana, Alina Rodríguez, 2006); las condiciones precarias de vivienda (Las camas solas, Sandra Gómez Jiménez, 2006); las formas de supervivencia nacidas de la crisis económica (La chivichana, Waldo Ramírez, 2000; De buzos, leones y tanqueros, Daniel Vera, 2005); el cambio de percepción de los jóvenes cubanos acerca de su realidad social y expectativas (De generación, Aram Vidal, 2006); el Quinquenio Gris y la censura ejercida sobre posturas intelectuales diversas a las oficiales (Zona de silencio, Karel Ducasse, 2007; Virgilio en la ciudad celeste, Eliezer Pérez Angueira, 2007; Rara avis. El caso Mañach, Rolando Rosabal, 2008); las subculturas de contestación (Revolution, Mayckell Pedrero, 2009); las prácticas religiosas populares (25 km, 2005; 72 horas, 2006; Para subir al cielo, 2007, todos de Jeffrey Puentes), por solo mencionar algunos, sirven hoy de material de estudio a diversos especialistas de las ciencias sociales y humanísticas, pero no llegan a iluminar el espacio público nacional.
Un tema candente en las agendas políticas de la Cuba actual es el marco demográfico que se dibuja para el futuro del país. A partir de él, los jóvenes realizadores Diddier Santos y Yaima Pardo realizan Al final del camino (2011), corto documental que se propone indagar en las condiciones de existencia de la cada vez más creciente población cubana con más de 60 años. ¿Cómo se las arreglan para resolver sus necesidades? ¿En qué condiciones viven sus últimos años? Mientras fueron jóvenes, ¿esperaron tener una vejez como la que llevan?
Una pregunta se impone al inicio del filme: ¿cómo hacen para vivir con una pensión? Nadie pregunta en los documentales eso tan decisivo en la Cuba de estos años: ¿cómo se vive con un escueto salario? Al final del camino es un documental construido a partir de testimonios, plagado de entrevistas, así que hay muchas respuestas. “Precios altos, escasez… Es difícil. Hay que acondicionarse”, comenta el que abre el metraje. La cámara se detiene sobre multitud de individuos a manera de cine encuesta. Son sus declaraciones las que sostienen el arco dramático de su trayecto.
El corto no pretende ser exhaustivo, pero se desplaza con solidez al interior de las claves de su asunto. Primeramente, quiere hacer visibles a esos individuos que nos rodean, con los que convivimos, pero cuyas necesidades especiales no son atendidas por la sociedad con la misma primacía que la de otros (dígase los niños o jóvenes). Esa intención emerge en el montaje: desde los créditos iniciales, los planos tomados en la calle aíslan del entorno a ancianos que van de compras, venden javitas de nylon en una esquina, conversan en un parque, recogen botellas vacías de un basurero, riegan macetas sembradas. Así, los extrae de su cotidiana invisibilidad y los hace presentes.
A pesar de utilizar una estrategia expositiva clásica, donde las diferentes voces enhebradas sustituyen por derecho propio al posible narrador en off, Al final del camino no pierde su fuerza emocional ni su interés. Los argumentos de sus realizadores sostienen una curva dramática cuyo peso es de carácter ético: dicen algo justo y verdadero, y lo hacen con convicción, sin gota de oportunismo o facilismo.
Varios de los especialistas entrevistados (sociólogos, urbanistas, médicos) se extienden en fundamentar el impacto de la soledad o el abandono familiar, que acaba siendo más lacerante para los ancianos que la penuria económica. No obstante, a manera de capítulos, el corto se detiene en cuestiones clave como la vivienda, las dificultades en la alimentación, el rechazo social a los ancianos. Lo hace sin énfasis exagerados sobre uno u otro; más aun, sin perder de vista el problema central.
La cuerda argumental más sólida de los realizadores los lleva a mostrar proyectos institucionales que ofrecen respuestas parciales a los problemas que significa envejecer en situación precaria. El montaje recorre los hogares de ancianos estatales, la alimentación que se oferta en los comedores comunitarios, el Hogar de Ancianos “Santovenia”, las Casas de Abuelos, alguna parroquia con proyectos de ayuda solidaria a su comunidad y la experiencia única de las denominadas Viviendas Protegidas para la tercera edad de la Oficina del Historiador de la Habana Vieja. A través de todos se construye un entramado de propuestas que buscan remediar, pero no bastan.
Al fondo de este documental se nos dice que si no advertimos la prioridad que como sociedad debemos a este asunto, parte del proyecto humano que decimos construir queda trunco. Esa advertencia que nos lanza Al final del camino adquiere la forma, casi al concluir su metraje, de una alegoría puramente fílmica: aceras de la ciudad plagadas de socavones y registros telefónicos abiertos a ras del suelo alternan por corte directo con ancianos que se ayudan con bastón o andador para caminar por la vía pública. Algo tan sencillo avisa de los riesgos que harían imposible la vida normal de un grupo importante de personas.
Es de destacar que la cuidadosa construcción narrativa se resuelve a partir de un esmerado guión de montaje, de la buena organización de los segmentos expositivos, del manejo grácil de los bloques temáticos para la mejor disposición de los argumentos. Al final del camino evoluciona gracias, además, al sabio trabajo con las entrevistas. Sus realizadores tienen la fuerza para utilizar con exactitud una técnica periodística de la que se ha abusado, y no para bien, en el documental cubano.
Resulta hermosa esta apelación desde la intención y mirada de un grupo de realizadores jóvenes a la voluntad colectiva para intervenir en un asunto que es de todos. El cine cubano, que por tradición ha impulsado la creación de la esfera pública, tiene en este un pequeño ejemplo de cómo reavivar la apelación al espectador como individuo con intereses de grupo, al ciudadano como miembro de una sociedad particular. Hay una nueva generación de cineastas consciente de que el cine no cambia la realidad. Pero también de que la acción es inicialmente una idea que echa a andar entre la gente.
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