Las Ferias del Libro en La Habana
A 80 años de la primera en la capital cubana.
Entre el 20 y el 27 de mayo de 1937, en Prado y Malecón, se celebró la Primera Feria del Libro en La Habana, un suceso cultural que vale la pena repasar en su 80 aniversario, ahora que —después de transcurrir su capítulo internacional en La Cabaña—, la feria se traslada a los municipios de la capital.
En realidad la gran prensa le prestó poca atención a la Feria de 1937. La primera noticia reflejada por un diario apareció el día 21 en la página 9 de El Mundo. En un recuadro se daba la siguiente información: “Feria Municipal del Libro, mayo 20 al 27. Gran exposición y venta de libros en los antiguos terrenos de la cárcel de La Habana. En nuestros Pabellones estará expuesto un extenso y variado surtido de libros nacionales y extranjeros.”
En el resto de la semana continuó el silencio de las principales publicaciones periódicas acerca de la feria. La revista Bohemia la ignoró totalmente y Carteles apenas incluyó dos fotos en la edición del 30 de mayo. En una de ellas se veía su stand “en la Feria del Libro inaugurada recientemente por iniciativa del alcalde de La Habana” (sic).
La otra vista, en Carteles, recoge un instante de la inauguración: aparece el alcalde de la ciudad acompañado por el filólogo español, Ramón Menéndez Pidal, así como algunos de los más renombrados intelectuales cubanos, entre los cuales se cuenta a José María Chacón y Calvo, Alfonso Hernández Catá, Emilio Roig de Leuchsenring y José Elías Entralgo.
A pesar de la escasa difusión, de la improvisación —los libreros fueron avisados por el Ayuntamiento 3 días antes de la apertura—, del horario nocturno y de otros inconvenientes, el saldo de la feria fue positivo. En las siete jornadas se efectuaron presentaciones de libros y conciertos que propiciaron un adecuado ambiente cultural.
Ocho décadas después
En los últimos cuarenta años, disímiles versiones de la feria del libro habanera transitaron por diversos lugares de la ciudad: la calle Obispo, el Parque Central, El Pabellón Cuba, Pabexpo…, hasta que desde el año 2000 se asentó —y creció— en la fortaleza de La Cabaña.
En ediciones recientes, la feria ha querido expandir algunas de sus acciones a los municipios y las comunidades. Lo que sigue es la crónica de la Feria Municipal del Libro y la Literatura en Arroyo Naranjo.
Este municipio habanero tiene un encanto y una historia que pocas localidades capitalinas. Sitio de tránsito, desde el siglo XVIII, en la expansión hacia el sur de La Habana, andando el tiempo cobijó a uno de nuestros poetas mayores, Eliseo Diego, quien residió en sus predios y le cantó a sus dones. Más acá, el más universal de los escritores cubanos vivos, está enraizado como una ceiba en uno de sus barrios, Mantilla, y lo ha puesto en el mapamundi de los medios y de la literatura.
En sus dominios igualmente habitó, durante muchos años y hasta su muerte, el más popular de los cantores de la décima improvisada en Cuba, Justo Vega. Precisamente en homenaje a El Caballero de la décima, la Casa de la Cultura municipal lleva su nombre.
Con la Casa de la Cultura Justo Vega como sede, y las enclavadas en el reparto Eléctrico y en Los Pinos —además de la Biblioteca municipal— como subsedes, la de Arroyo Naranjo fue una feria muy especial, en la cual, desde la marca comunitaria, se proyectó lo esencial de la cultura.
Las acciones desarrolladas allí llegaron a todos los grupos etáreos. Entre sus actores estuvieron instructores de arte, especialistas en literatura, escritores, editores, libreras, artistas, bibliotecarias, académicos, y trabajadores y trabajadoras de las instituciones en la comunidad.
Pero lo más importante fueron los niños y las niñas. Para ellos cantó y actuó el escritor y juglar Reinaldo Álvarez Lemus, quien les llevó su libro La blusa de María, y les repartió sus versos para que jugaran, aprendieran y soñaran con sus textos lúdicos.
Para los pequeños fue también el concurso “Los niños leen y escriben para los niños”, original certamen donde todos ganaron y se destacó la creatividad y el interés por la lectura.
El centenario de Platero y yo, ese libro glorioso de Juan Ramón Jiménez, fue celebrado como merece, invitando a su lectura en la nueva edición cubana, publicada por Cubaliteraria y presentada en la biblioteca Manuel Cofiño.
Con dos creadoras de la comunidad, Gladys Ruiz y Gladys Lamelas, festejaron los poetas repentistas en el convite final, en el cierre de la feria, antecedido por una jornada singular: la proyección y debate del largometraje Vientos de La Habana, primera entrega de la saga cinematográfica Cuatro estaciones en La Habana, basada en la tetralogía novelística Las cuatro estaciones, de Leonardo Padura.
El Premio Princesa de Asturias y Premio Nacional de Literatura 2012, coguionista de las películas, estuvo presente durante el debate que tuvo como público fundamental a estudiantes del instituto preuniversitario Carlos Pérez, aledaño a la Casa de la Cultura Justo Vega. Lo acompañaron, en la conversación con los jóvenes, la doctora Marisela Pereira, profesora de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana, la licenciada Ada Vélez, y la máster Ana María de Rojas, todas egresadas del pre de La Víbora.
En su intervención, Padura explicó que, por necesidades de la producción cinematográfica, se había corrido una década el tiempo en que transcurren las acciones de los filmes. Y que, en ese trasplante, de la letra a la imagen, tampoco era posible reproducir tal cual los espacios de las novelas.
Recordando su etapa estudiantil en el pre de La Víbora, centro de la trama en la novela versionada, el escritor hizo una anécdota que refleja la vocación humanista y forjadora del bibliotecario del plantel durante aquellos años en que él estaba descubriendo el placer de la literatura, cuando sus héroes predilectos actuaban en un terreno de béisbol y no en los libros.
La evocación del bibliotecario, quien le mostró otros héroes, que lo impulsó hacia Aquiles, Odiseo y Eneas, tal vez fuera una estrategia pedagógica del escritor con estos jóvenes que están ahora buscando sus propios caminos, como lo estuviera él hace unos cuarenta años atrás. Quizás alguno de ellos, en la adultez, recuerde esa tarde inefable en que escuchó a Padura en la Casa de la Cultura. Y tal vez lo cuente a sus hijos, o a otros jóvenes, como algo muy importante que le sucedió, aunque él entonces no lo podía saber.
Tampoco mucha gente sabe que en las Casas de Cultura, en las comunidades, pueden suceder estas cosas. Aunque claro, no hay muchos escritores, o artistas, como Padura, que con la mayor naturalidad, sin que los medios se enteren, asisten allí como quien visita a un amigo de toda la vida.
Pero tampoco hay muchas personas como Ana María de Rojas Berestein, especialista del proyecto del Libro y la Literatura, que ha dedicado más de treinta años a trabajar para la cultura en la comunidad donde nació. Ella fue el motor y el alma de esa feria en Arroyo Naranjo, donde pasaron tantas cosas que los periódicos no dijeron, como sucedió hace 80 años. (2017)
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