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Desde su creación en el año 2000, la Muestra Joven ha tenido algo de disputa, debate y conflicto.
La Muestra Joven de 2012 acaba de celebrarse y el sabor particular que deja en el escenario cultural cubano todavía se paladea. Sin haberse inaugurado, el tono polémico subía al conocerse la renuncia a la dirección del evento del cineasta cubano vivo de mayor prestigio, Fernando Pérez. Con este acto, Pérez evidenciaba la necesidad de preservar el encuentro como sitio de riesgos, en vez de la decretada censura de uno de los cortos presentados a concurso.
Ello evidencia el cariz controversial de estas jornadas. Desde que se crearan, en 2000, para olfatear el estado de la creación audiovisual cubana independiente, cada cita de las primero conocidas como Muestras Nacionales de Nuevos Realizadores ha tenido algo de disputa, debate y conflicto. Con cada año que pasa, el hoy bautizado como “audiovisual joven cubano” se hace más beligerante.
En un ambiente cinematográfico donde la producción de los centros tradicionales tiende a ser cada día menos controversial, a ubicarse más cerca de posturas de consenso que en los extremos de cualquier proposición que desestabilice lo tenido por seguro, el poder oxigenador de las muestras ha descansado en el tono retador de buena parte de sus propuestas, en entrarle sin medias tintas a los asuntos difíciles, en descubrir temas complejos y, sobre todo, en desplazar al espectador hacia terreno movedizo, más allá de las certezas y lugares comunes que le devuelve el universo de las imágenes dominantes.
El documental es siempre un núcleo duro de transgresiones. Este año no ha sido diferente, con tratamientos que van desde la indagación de corte reporteril y con vocación de punzar el espacio público –en obras que tocan cuestiones poco o mal abordadas en la escena mediática nacional: +600º (Joel Rodríguez), Al final del camino (Diddier Santos, Yaima Pardo), ¿Matar al Ermitaño? (Nairobin Ojeda)- hasta aquellos que, trabajando en la dirección del llamado de atención sobre asuntos sociales, rehúyen el tono seco de lo expositivo: Delirio (Alejandro E. Alonso, Lázaro O. Lemus), Easy Sailing (Hanny Marín).
Otro aspecto visible es la convivencia de modalidades expresivas diversas, rasgo que la no ficción nacional en cortometraje ha adquirido como muestra de madurez, lo cual aleja al género de la añeja y falsa creencia en la presunta objetividad y en la persecución del fondo testimonial. De ahí que persistan piezas observacionales –1440 minutos (Ridel Guerrero)—junto a otras cargadas de matices de autor en tratamientos más inclinados hacia la interacción –Al sur… el mar y La casita (ambos de Ariagna Fajardo), Usufructo (Eliécer Jiménez), De agua dulce (Damián Saínz), este último premiado en su categoría.
Súmesele a ello aproximaciones de frontera, donde los bordes entre el referente testimonial y las construcciones de ficción se borran para dar paso a artefactos fictivos elaborados a partir de la pura y dura realidad. Es ese el caso de Ausencia (Armando Capó) –merecedor de todas las menciones en su categoría- y Uvero (Arián Enrique Pernas). Este último fue acreedor del premio en animación, pues se trata de la reconstrucción del imaginario material de un poblado de pescadores real, a través de la escenificación del paraje en imágenes generadas por computadora, a partir de fotos del lugar y de capturas en video reelaboradas.
Una cuestión presente en el grueso de las ficciones vistas este año es su recurrencia a los temas extremos. Varios de los relatos se deslizan en el universo criminal o delincuencial: Adentro (Alejandro Fernández), AM (Dariela Miñoso), Hindmind (Ismael Gómez), El ángel negro (Oscar Pupo, Sergio Pons). Los tratamientos se aproximan o no a la realidad social cubana, pero la locura y la muerte, o apenas la alienación, recorren estas obras. Algunas, como Bebé (Isaul Ortega, Alejandro Gómez), encaran con tintes subidos subgéneros del cine extremo y el horror.
También pululan los fantasmas del pasado, los universos distópicos y las utopías imposibles más o menos sugeridas: Marcados (Milena Almira, Ernesto René), Mañana cuando era yo (Leandro Javier de la Rosa), Pizza de jamón (Carlos Melián), La piscina (Carlos Machado) –esta última ganadora de buena parte de las menciones de ficción, para dejar el podio libre a la gran triunfadora: Camionero (Sabastián Miló).
El cortometraje de Miló fue uno de los proyectos seleccionados en la tercera edición de la sección Haciendo Cine, que la Muestra organiza, y favorece la realización de proyectos en distinta fase de desarrollo. Antes de realizar Camionero, su director participó en la séptima Muestra con Trovador, su tesis de graduación en la Facultad de Medios Audiovisuales del Instituto Superior de Arte de La Habana.
En Camionero salta a la vista la solvencia expositiva de un relato bien resuelto, claro y lineal, con personajes arquetípicos, para referir una anécdota acotada a un espacio concreto, de la Cuba secreta. Se parte de colocarnos, a través de un texto sobre pantalla, en el escenario concreto de las becas, las escuelas en el campo, hijas del sistema de estudio-trabajo que fuera implementado en Cuba en la pasada década del setenta.
Luego de eso, lo que importa es la anécdota que se nos cuenta: la de un adolescente becado, del cual abusa consuetudinariamente un grupo de varones. Ello, ante la mirada de otro muchacho, a través de cuya voz en off y mirada se nos cuenta la historia, y quien repudia y contempla con una mezcla de lástima y rabia los sucesos.
El problema central de Camionero se ubica en una estructura de relato demasiada salpicada de motivos muy sobados: los malos-malos victimarios, los buenos-buenos víctimas. Hay pocos matices en la caracterización de los antagonistas aquí. Uno tiende por ello a identificarse, indefectiblemente, con los agredidos y a sucumbir al acto de venganza.
Mas, tales debilidades son resueltas a través de una puesta en escena cuidadosa y puntillista, de las excelentes actuaciones de los adolescentes protagonistas (Héctor Medina, Reinier Díaz y Antonio Alonso), de la música y banda sonora en general (Joel Gabriel Reyes), de la respiración del montaje de Lenia Delgado y, sobre todo, de la fotogenia que obtiene Luis Najmias Jr. Su fotografía retrata un ambiente donde contrastan la calidez, amabilidad y atmósfera como de gráfica de realismo socialista, con un tono seco, gélido, matemático, que introduce en la ecuación espacial lo perverso, lo torcido que también habita en este universo.
Camionero evidencia la innecesaria riña entre los conceptos de cine de autor y un modelo narrativo clásico, cristalino, para todo público, que utiliza la gramática de Hollywood sin problemas para convocar al espectador y hacerle sentir sensaciones bordes. Sensaciones que se espesan a partir de que la clave de las tensiones aquí expuestas es la absoluta identificación emocional del espectador y su ubicación a un extremo de los acontecimientos que presencia, sin pretextar ni una gota de imparcialidad.
Evidencia además la migración de los discursos amables sobre la realidad social a tratamientos crudos y extremos, con dosis de género y un tratamiento abierto de la violencia. Este corto es un cambio de tono significativo ante la representación audiovisual de los conflictos al interior de la sociedad cubana, en los que casi siempre los realizadores han optado por una moraleja que supone el sacrificio altruista del héroe o la opción de la redención. A su manera, y para volver a la selección competitiva de esta Muestra, es la contrapartida de Havanastation (Ian Padrón). En Camionero no hay salida edificante posible, sino todo lo contrario: la violencia, la destrucción y la muerte son el resultado de un estado de cosas profundamente antagónico.
De ahí que la propuesta de Camionero sea realmente dura para el espectador. Porque a través de una anécdota muy local se construye una parábola de alcance universal, en cuyo fondo late un dilema moral: en medio de una situación que no se aprueba, corroída por la abyección y la ausencia de justicia o autoridad que la haga cumplir, cuál será nuestra actitud; ¿mirar hacia otro lado, hacer de la vista gorda o intervenir? Camionero nos obliga a enfrentar nuestro lado oscuro.
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