The Amateur Connection: Una provocación
Una incursión en el audiovisual aficionado hecho en Cuba y los desafíos que vive esta narrativa fílmica, que suele operar al margen de las instituciones cinematográficas oficiales y de sus estructuras de producción.

Fotograma de Rumbo al norte, del Grupo de Creación Audiovisual de Mayarí.
Foto: Cortesía Muestra Joven ICAIC
Hace unos meses, escribí para OnCuba un texto titulado “Cine cubano espontáneo”. Allí quise ordenar algunas de las impresiones que, a través de una década, venía tejiendo en torno a la creciente presencia de piezas audiovisuales debidas a individuos o a grupos, a amigos del barrio o vecinos de ciertas comunidades, que se ocupaban de realizarlas sin la intención evidente de “profesionalizar” ese interés.
Allí mismo mencioné, como un ejemplo de la atención que iba ganando este fenómeno, la presencia en la Muestra Joven ICAIC de 2015 del documental La película, de Coline Costes y Janis Reyes, que refería la producción del largometraje Corazón cubano, a cargo de un grupo de amigos del barrio habanero de Jesús María.
Al pulsar un pliegue de la realidad, otros se activan: en la recién celebrada Muestra Joven ICAIC 2017, los organizadores decidieron dedicar un espacio puntual a este asunto. Ellos mismos se habían sentido retados por la realidad que trajo a su escenario La película y decidieron hacer algo al respecto.
Así nació The Amateur Connection, muestra audiovisual y panel teórico en cuya introducción se lee: “El programa The Amateur Connection propone una selección muy breve, aunque representativa, del audiovisual aficionado hecho en Cuba en los últimos años. Esta praxis, que suele operar al margen de las instituciones cinematográficas oficiales y de sus estructuras de producción, distribución y exhibición, ha venido a ocupar un lugar cada vez más importante en nuestro panorama cultural. (…) Se trata de una corriente de producción sumamente diversa y reveladora, que ensancha el espectro temático del cine tradicional, propone rutas estéticas que captan los matices de nuestra sensibilidad epocal, fomenta nuevas prácticas creativas, y atrae audiencias que han desertado del cine y la televisión tal como los hemos concebido durante décadas.”

Los organizadores reunieron un catálogo de piezas en general desconocidas para mí, que abarcó desde la obra de artistas del campo de las artes visuales que, intencionadamente o debido a su particular agenda expresiva, buscan hacer “cine malo” o “mal hecho” (dicho rápido y al descuido), hasta la experiencia de proyectos como los de un grupo de jóvenes del municipio holguinero de Mayarí que han realizado las series Zona franca y Rumbo norte, pasando por largos de ficción como Siervos (2014), producido por José Armando Estrada en Santiago de Cuba, o el corto de una suerte de telepredicador evangelista de Camagüey, quien utiliza la forma del videoclip para lanzar un discurso opuesto al materialismo y al evolucionismo.
Enfrentarme a semejante panorama me permitió advertir lo limitado de mi visión acerca de este fenómeno. Hasta la fecha no tenía idea de la complejidad de una cuestión que pone a prueba incluso las terminologías con que habitualmente abordamos desde la crítica estas materias. Así, la mesa teórica a la que fui invitado en la Muestra partió de la dificultad para encontrar una nomenclatura adecuada para un territorio que debe ser visto desde diversos ángulos. De ahí su título: “Kitsch, camp, trash, o de cómo el audiovisual amateur cubano encontró su audiencia”.
Tanto la noción de kitsch, camp y trash suponen juicios de valor del ámbito formal y estilístico de las piezas, en tanto que la de amateur implica una cuestión de producción y de ubicación ante el marco de legitimidad artística. En Cuba, por ejemplo, los críticos de cine Juan Antonio García Borrero y Antonio Enrique González Rojas discutieron, en el blog Cine Cubano: la pupila insomne, a raiz de la aparición de La película, acerca de los modos de enfrentar este fenómeno.
A mí me quedó claro que un término como “espontáneo” es inexacto para calificar tamaño escenario. Porque se trata en verdad de un campo cinematográfico (o audiovisual) paralelo. Que escapa a varias de las certidumbres acomodaticias que tenemos ante el marco de obras que hablan a partir de un dialecto estandarizado, reconocible, mediado por la tradición y por las formas de consumo, y que va desde el cine de arte que se ve en festivales hasta el cine de consumo masivo que pone la televisión casi todo el rato. Entre ambos, y más allá, hay un territorio desconocido, que adquiere, por cierto, nueva vida en el momento de la cultura pos-fílmica de la era digital.

Michel Mendoza, uno de los organizadores y animadores fundamentales de The Amateur Connection, subraya el papel que hoy tienen las llamadas culturas o dominios de fans, esos consumidores que reproducen el placer de disfrutar una obra determinada generando sus propias asimilaciones. Y que van desde las apropiaciones amatorias del universo de Star Wars hasta el manga underground o las culturas vinculadas a las producciones niponas del anime, que proliferan a través de fenómenos como el cosplay o la cultura otaku.
En Cuba, un buen ejemplo vendría a ser la producción de las series de Mayarí, cuya motivación inicial fue competir con El Paquete Semanal. Sus realizadores, Yordanis Chacón y Gregory Vázquez, quienes por cierto estuvieron en la Muestra Joven y asistieron medio incrédulos de lo que allí se decía al panel de marras, refieren que con la primera temporada de Zona Franca grababan entre lunes y viernes, editaban el sábado y tenían listo un nuevo capítulo de 45 minutos cada domingo. El éxito de la distribución alternativa de esta serie sobre narcos hizo que los consumidores buscaran con avidez cada nueva entrega (por encima de producciones colombianas como El Capo) e impulsó la producción de una segunda temporada en 2012.
Víctor Fowler, que participó del panel, hizo énfasis en que Zona Franca, a diferencia de la mayoría de las narrativas de su clase que se producen en Cuba, está contada desde la perspectiva de los delincuentes. Lo cito: “Si hay un Dios de las imágenes, a los pies de su altar deposito esta delirante serie televisiva realizada por aficionados a lo largo de cuatro años, sin apoyo estatal o institucional, dando muestras de audacia y radicalidad en lo que toca a la elección del tema (en particular, el punto de vista desde el cual se narra). Con unos pocos equipos, editando en computadoras domésticas en una pequeña ciudad de provincia, personas como estas devuelven el cine a su momento original, cuando todo era posible y estaba aun por descubrir. (…) Porque lo importante, más allá del caso particular, es todo lo que pueden realizar o, más bien, simbolizan; dicho de otro modo, todos aquellos que, de una a otra punta del país, gracias al abaratamiento de las tecnologías de grabación y del procesamiento de sonido e imágenes en movimiento, están cada día más en condiciones de producir narrativas así como visiones propias del mundo donde vivimos.”
En este territorio caben también experiencias mucho más heterogeneas, como es el caso del Movimiento Audiovisual Nuevitero (MAN), que en junio va a celebrar la octava edición de su encuentro Hieroscopia. He aquí un fenómeno que surgió a raiz de intereses de creadores de esa localidad del norte camagüeyano, que destaca por su carácter inclusivo (entre sus afiliados hay gente más próxima al video arte o al cine de autor, y otros de marcado amateurismo trash). En esos encuentros anuales, a los cuales asisten críticos y realizadores de toda clase (Jorge Molina y Fernando Pérez han pasado por allí), no hay un modelo competitivo ni de profesionalización a ultranza, sino la intención de aprender entre todos.

Y hay un ámbito más remoto aun: el de los talleres de niños y adolescentes existentes a lo largo del país; según se mencionó en el panel, se tiene noticias de 23. Tal escenario, donde se incluyen el Proyecto Chapuserios y el Proyecto Picacho (este último, de la Sierra Maestra), supone un vínculo con la cultura del cineclub de creación que sí tiene un largo recorrido en Cuba, pero que es rebasada por esta nueva cartografía del amateurismo audiovisual nacional.
Estructuras institucionales de añeja existencia, como el Movimiento Nacional de Cineclubes o la Asociación Cubana del Audiovisual, son formas de administración de la cultura audiovisual que deberían entender el nuevo estallido del cine aficionado como un reto para pensar su funcionamiento y motivaciones. Porque esta avalancha pone menos en peligro la “institución cultura” que la percepción de la cultura como algo que se puede administrar.
Un caso palpable en la cultura cubana cotidiana actual, y que se originó desde semejantes condiciones, es el del reggaetón. Sus primeros exponentes apenas tenían vinculación con el universo profesional de la música, ni provenían en general de escuelas de arte; en algunos casos, derivaron hacia la manifestación a partir del hip hop. En su fase de masificación, implicó la aparición de toda clase de aficionados con proyectos que eran grabados en estudios improvisados, difundidos a través de formas irregulares de circulación discográfica y de acceso a los escenarios en vivo, y se fue modelando en el intercambio con su consumidor directo. Hoy es una de las industrias culturales más activas y cercanas a su público del país.
The Amateur Connection supuso una fisura para la propia Muestra Joven ICAIC. Porque la pregunta formulada desde allí ante este fenómeno es: ¿dónde lo pongo? Queda claro que el diseño elitista y competitivo del concurso de los jóvenes realizadores cubanos no tiene cómo, desde sus postulados, acoger con justicia este alud de producciones.
En el futuro, los nuevos aficionados al cine en Cuba tendrían que inventar su propio lugar y modo de encuentro, lejos de las formas tradicionales de intercambio. También, un nuevo concepto de cinemateca tendría que asegurar que esas producciones no se perdieran para siempre ni subsistieran en la dispersión absoluta. Y un nuevo tipo de crítico e investigador de la cultura debería aproximarse a ellas con herramientas de análisis y reflexión que no dependieran del paternalismo ni del elitismo para ubicarlas donde merecen. (2017)
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