¡Viva Papi!: dame una tuerca y moveré el mundo

La obra de Juan Padrón merece otro acercamiento crítico en Altercine. En este caso, dedicado a una de sus obras más excepcionales.

Cartel de Viva papi

Foto: Tomada de Cubacine

La singularidad del dibujo animado ¡Viva Papi!, dentro de la obra de Juan Padrón, no reside en una ruptura con varios de sus principales distintivos, como la llaneza visual y la caricaturización, a veces grotesca, a veces aniñada, de sus personajes; signos ineluctablemente maridados con la comicidad, tanto en sus variantes “negras” e irónicas, como en sus más inocentes gags. Todo lo contrario, esta obra de inicios de la pasada década de los ochentas, no escapa a tales postulados estilísticos, sino que descolla precisamente por redimensionarlos y sublimarlos desde una inusual experimentación (sobre todo) con la figuración, el color y la puesta en escena.

Reniega Padrón de sus habituales fondos coloridos, tomando como principal recurso escenográfico la blancura onírica, anónima, neutral, de una hoja de papel, donde el autor aboceta personajes y plantea algunos elementos minimalmente imprescindibles para el relato, que fluye con la celeridad y fragmentación de lo oral. La incompletitud que remite al storyboard es subrayada por el color irregular, de trama nerviosamente fluctuante, dado a lápiz sobre todas las figuras y objetos.

Algunos personajes cuentan con un inquietante segmento de “fondo”, enmarcado en los límites de su anatomía, cual simple escenografía, ergo insinuación diegética; como si los cuerpos desprendieran una sombra inversa, que en vez de ocultar el espacio, lo descubren, lo personalizan dentro de la absoluta y extradiegética blancura del espacio de creación del autor. Incluso, hasta la propia noción de diégesis se ve relativizada, no solo por la ausencia contextual-espacial, sino por las propias interacciones entre los personajes y el narrador-personaje, encarnado por Ignacio “Bola de Nieve” Villa, quien pone voz a una caricatura suya, donde Padrón remeda el estilo art decó de Massaguer y Juan David, rompiendo con su propia e identificable figuración.

La nívea expansión también deviene espacio óptimo para la libertad expresiva, creativa, de la cual ¡Viva Papi! es casi un manifiesto formal. Manifiesto sobre todo contra el anquilosamiento estético del animado cubano de esa época, cuya moralina didactista, si bien no resulta trascendida conceptualmente, sí es atemperada por el singular sentido del humor del autor, gran carta de triunfo de casi toda su filmografía, que le permitió desarrollar historias de amplio sino educativo e ideológico, y pregnar como nadie entre los públicos cubanos del momento…y hasta este momento.

Más allá de las transgresiones de la forma y la adscripción a un modo específico de propagar ideas y valores muy específicos, con propósitos no eminentemente artísticos, el relato estructura una suerte de parábola proletaria, mixturada con una apología del amor filial. Exalta el respeto a todas las profesiones y oficios, la dignidad de todos los roles sociales; y promueve una suerte de continuidad de oficio-rol, que insinúa cierta peligrosa inercia generacional y la consecuente disolución de las consabidas contradicciones etarias-epocales que propulsan las civilizaciones.

Ahora, tras estas lecturas explícitas, subyacen en más profundos estratos de sentido ciertas reflexiones acerca de las complejidades dialécticas de la existencia humana y la otredad, tal como la veía la política cultural del país (dígase el obrero sencillo y anónimo contra el “héroe” más espectacular). ¡Viva Papi! cuenta con líneas discursivas más sutiles y armonizadas con la actitud creativa desarrollada en todo el animado.

Versan tales predicamentos acerca de las complejas interdependencias fenoménicas y circunstanciales, de las invisibles mecánicas que procuran determinados estados de cosas; de las disímiles individualidades anónimas que influyen en (y determinan) todos los acontecimientos del cosmos, más allá de las aristas de lo visible inmediato para la percepción humana. La sencilla anécdota del papá fabricante de las imprescindibles tuercas, o simplemente el “tuerquista”, como lo nombra Padrón, se complejiza cuando la propia piececilla de marras alcanza las dimensiones metafóricas de los ligamentos dialécticos de la existencia. (2020)

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