El Fin infinito de Carlos Montes de Oca

Audiovisuales en la 12ma. Bienal de La Habana.

LA ÉPOCA EL ENCANTO Y FIN DE SIGLO

LA ÉPOCA EL ENCANTO Y FIN DE SIGLO

Foto: Cortesía del autor

Deconstrucción del horizonte, exposición montada por el creador cubano Carlos Montes de Oca en una de las plantas de Factoría Habana, durante la 12ma. Bienal de La Habana, incluye la pieza audiovisual —calificada como videoproyección en el pie de exponente— intitulada Fin. Sus 30 minutos de metraje desarrollan una singular dramaturgia que redunda en una de las más peculiares historias del documental cubano y de la Cuba del último medio siglo, urdida a partir del montaje cronológico de numerosos segmentos conclusivos de la “no ficción” nacional de 1959 hasta la última década.

El vocablo de marras deviene en esta obra el gran protagonista y concepto axial. Gran leitmotiv iconográfico, simbólico y discursivo, experimenta un redimensionamiento dramatúrgico que lo priva de su ¿imprescindible? contraparte: ¿el principio?, y su reiteración constante. Con lo que se obtiene la definitiva reversión de sus significaciones primigenias. Se relativizan y diluyen sus roles de extremo absoluto y segmento, para convertirse en una matriz total donde subyacen todas las complejidades y oposiciones posibles en una promiscua y compleja pluralidad. El Fin de Montes de Oca es Alfa y Omega, a la vez y todas las veces.

Pero no es el fin… 

Imprescindible la presencia (¡no apologética, ni alegórica!) en la videoproyección de consabidos e imprescindibles clásicos como Santiago Álvarez (Abril de Girón, Now) y Nicolás Guillén Landrián (Coffea Arabiga, Un reportaje en el puerto pesquero), Sara Gómez (Isla del tesoro) y otros creadores más que laboraron tanto en el Departamento de Documentales como en el Noticiero ICAIC Latinoamericano; hasta arribar a obras más recientes como las de Juan Carlos Cremata (La Época, El Encanto y Fin de siglo), Esteban Insausti (Existen) y Yaima Pardo (Offline).

Junto a los créditos de las obras más añejas, se incluyen los bocadillos finales: conclusivos, militantes, lapidarios y triunfales la mayoría. Otros con tonos didácticos y descriptivos, acompañados de las respectivas imágenes congeladas y felices de décadas pasadas, preeminentemente de los paradisiacos años de la pasada década del ochenta.

Los tres caracteres, inevitablemente impactantes y de nívea intensidad, contrastan con fondos de absoluta negrura. No hay degradaciones tonales, no hay matices. Pura expresión del maniqueísmo y la bipolaridad radicales que signaron esas épocas “modernas”, basadas en la colisión de opuestos radicales y definitivos: éramos los buenos contra los malos, los rojos contra los blancos, el Socialismo (preámbulo del Comunismo) contra el Imperialismo, los Amigos contra los Enemigos, el Cielo contra el Infierno.

Llega el anacrónico Guillén Landrián —¡siempre Landrián!—, en medio del entusiasta furor y las intenciones “educativas” de entonces, y sabotea la absoluta pulcritud del término con su anárquica añadidura “pero no es el fin”, que generaba una suerte de poscrédito en el material de turno. Y generaba una inquietante perturbación en la solidez monolítica de estos finales absolutos.

La mera sospecha hacía tambalear el castillo de naipes que yacía en la base del gran pilar pretendidamente imperecedero. A la vez que se establecía con estos procederes una rara serialidad (y lógica autoral) en la obra de Landrián, se impugnaba la propia circularidad autosuficiente de los documentales, los cuales, puesto que beben de la “realidad” más que ninguna otra obra audiovisual, deben percatarse igualmente de la compleja infinitud de esta. Se liberaba además una provocación a continuar construyendo el discurso —y la propia realidad—, después del planteamiento fílmico inicial, enmarcado arbitrariamente entre la introducción y el desenlace convencionales. Pues cada obra es una incidencia en el decursar de la vida, un factor que afecta su devenir de evidentes o sutiles maneras. Por ende, su eco continúa acompañándonos y quizás guiándonos. También para Montes de Oca, después de cada fin hay otro; después y a la vez de cada postura, hay otra visión, otra conclusión. Ad infintum.

Los documentales post noventa y post dos mil, como La Época… y Offline, ya se deslindan de las rotundas visualidades de alto contraste y créditos funcionalistas, informativos, sucintos. Aunque no lleguen a un planteamiento tan consciente y desafiante como el de Landrián, abarrotan de significados la secuencia conclusiva. Quiebran definitivamente su mera función accesoria. La convierten en elemento vivo e imprescindible de las obras. Cremata llena de grafitis la pantalla: sueños inalcanzados por una generación varada, expectante. La Pardo desencadena la potente voz de Danay Suárez que canta a la desconexión cubana de Internet…

 

  1. La Historia sin fin

La dramaturgia política (propagandística) de la Cuba post 1959 se ha basado,  grosso modo, en el equivalente cientificista y ateo del arribo a la Tierra Prometida: el “fin” de todas las desgracias generadas por las “diferencias de clases” y, por ende, el fin de la historia. Y hasta de la dialéctica como perpetuum mobile de las sociedades humanas. A la par de los ideólogos del marxismo leninismo, décadas atrás se concebía esta corriente filosófica y política como la cúspide de un proceso vertical, finito, cuyos escaños intermedios estaban compuestos por el resto de las filosofías y los sistemas políticos.

Nada podía convivir con simultánea validez, sino que todos eran “ensayos” fallidos, tientos en la oscuridad de la historia, hasta arribar al rutilante destino. Cuarenta siglos vagando en el desierto plagado de sombras y fuegos fatuos, hasta hallar el Mundo Prometido. Desde modernas concepciones de progreso y evolución social lineales, el comunismo y su ideología se presentaban como la conclusión definitiva y estática de la historia universal precedente: el FIN, visto de la manera que sea. El FIN de Montes de Oca, deconstruye, discute y problematiza tales concepciones de finitud histórica.

 

  1. ¿Cuál es el fin?

Fin se adscribe así a una tendencia revisionista, de recuento y rectificación históricos —con ciertos aires teleológicos, más o menos marcados—, desde la revisitación y la apropiación autoral al devenir nacional, que signa llamativas zonas del audiovisual cubano, con piezas como El elefante y la bicicleta (Juan Carlos Tabío, 1994), Y todavía el sueño, Los zapaticos me aprietan (ambas de Humberto Padrón, 1998 y 1999), Molotov (Irán Hernández, 2014) y La Isla me absorberá (Yoelvis Chio & Erick Sacramento, 2014), entre otros.

Piezas todas confluyentes, desde sus muy variopintas posturas creativas, en el empleo de símbolos, metáforas visuales y sonoras, de la elipsis narrativa. Su iconografía se ha ido clarificando, se ha vuelto más explícita, hasta la apelación directa a personajes y acontecimientos. ¿Dónde estamos? ¿Por qué hemos llegado aquí? ¿Cómo se ha desarrollado el tránsito de la utopía al desencanto? Semejantes preguntas formula también Fin, desde su repaso de la documentalística cubana o a Cuba desde la óptica documental. De las diversas “conclusiones” que agrupa trata de arribar a la suya ¿o no? Salvando la más evidente interrogante de ¿cuál (cuándo) será el fin de todo esto? Pues se pudiera indagar, desde un rejuego semántico más complejo ¿cuál ha sido el “fin” de todo esto? ¿Quizás la propia pretensión de final absoluto y eterno zanja su contundente finitud?

  1. ¿Fin?

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