Inmóvil la isla deja

Aproximación crítica a Dos islas, de Adriana F. Castellanos, documental presente en la sección oficial de la Muestra Joven ICAIC, 2018.

Fotograma del documental Dos Islas, de Adriana Castellanos.

Foto: Cortesía del autor

Historias de olvidos personales y colectivos, naturalezas misteriosas y a la espera de invenciones humanas, las islas parecen siempre estar aconteciendo, cuando en realidad ya son, en su mayoría, territorios precisos, tomados, regidos. Ellas comprenden más similitudes que diferencias, a partir de las memorias que despliegan sus habitantes.

Hay una conciencia coral escondida tras las historias de vida, esas que aspiran a preservar lo alcanzado. Conociendo los patrones hegemónicos de tierras continentales, a veces, son convocados por la insularidad a fin de abrirse al mundo y de pedir a gritos el intercambio, cuando no la llegada del otro, lo otro. No hay que tener intenciones anexionistas, sino intereses de agrandar nuestras prisiones personales, según el decir poético de Manuel Altolaguirre.

Todavía existen mundos, lugares en el planeta donde las cosas y los seres no han sido dominados del todo por el afán de definición, donde aún palpitan asomándose por entre las rendijas de un mundo todavía por cristalizar. La isla de Cuba es uno de esos lugares.

María Zambrano

¿Qué ocurre cuando se emigra de una isla (Canarias) a otra (Cuba)? Cuando no se guardan los suficientes documentos escritos y fotográficos, el testimonio oral puede ser el garante de la memoria. Pero no basta, máxime en un contexto actual de más salidas que llegadas. La cineasta Adriana F. Castellanos graba a su abuela materna, quien no puede recordar con precisión las peripecias de un viaje del Viejo al Nuevo Mundo.

El propósito mayor de Dos Islas (2017) es exteriorizar un sufrimiento a medio camino entre la pérdida de los orígenes y los sueños (in)cumplidos en suelo cubano. 102 años bien llevados tiene Elvira. Ella es capaz de rebuscar en su memoria, si bien es la nieta directora quien la guía, preguntándole. ¿Hasta qué punto puede interesar una historia intrafamiliar aunque conocida y sentida por muchos cubanos? Las circunstancias de ayer y de hoy se comparten.

Historias de olvidos personales y colectivos.

La visión de la llegada a una isla entraña un descubrimiento por cuenta propia. No es lo mismo llegar por voluntad propia que de manera obligada. Aplatanarse cuando se ha emigrado de otra isla, supone tener la disposición espiritual para emprender proyectos que no sobresalten la vida llevada por otros. Sin embargo, el emigrado quiere comenzar a vivir de común acuerdo, familiarizarse. Elvira llegó con sueños y formó familia en Cuba. Nunca pudo o quiso regresar a España.

Duele la ciudad que una vez se habitó; duele la nueva nación aprendida y la patria llevada. Pasado el tiempo, hay quien no puede volver porque teme no reconocerse en los cambios. Duele también encarar lo que una vez fuimos. Mas no hay que olvidar por qué, cómo hemos llegamos a ser la persona de hoy. En Carta sobre el exilio, María Zambrano reconoce: “Se teme de la memoria el que se presente para que se reproduzca lo pasado, es decir, algo de lo pasado que no ha de volver a suceder. Y para que no suceda, se piensa que hay que olvidarlo. Hay que condenar lo pasado para que no vuelva a pasar. La verdad es todo lo contrario”.

¿Vivir de recuerdos, victimizarse a fuerza de nostalgia? La nostalgia es el repaso vivencial cuando no el desinterés frente al presente. No por gusto es un sentimiento de añoranza hacia atrás por —y ante— una ausencia; la conciencia dolorosa de la imposibilidad de un regreso alejado de la utopía, ese contexto que busca su antípoda en la esperanza y la realización. Al consumarse el plan de una utopía ella decreta su propia muerte como si la consintiera. Afecta una cortesía muy presta al desvanecimiento.

Desde que tienen todas su aeropuerto y las inunda el turismo, las islas ya no son lo que fueron. Porque a una isla se debe llegar por mar, contemplando de lejos su silueta, reconociendo a medida que se acerca sus muelles y sus edificios, apreciando sus singulares perspectivas hasta que el barco queda amarrado y fijo.

Carlos García Gual

Aunque centrado en el paisaje interior de la anciana centenaria, el hilo conductor de Dos islas llega al punto de cuestionar, desde esa interioridad de Elvira, si valió la pena permanecer en un contexto presto a inmovilizar el viaje físico y motivar —no ha habido muchas opciones— el viaje de la memoria. A Elvira le queda ya, a estas alturas de su extensa e intensa vida, aquello que consiente Claudio Magris en El infinito viajar: “No hay viaje sin que se crucen fronteras políticas, lingüísticas, sociales, psicológicas, también las invisibles separaciones de un barrio de otro en la misma ciudad, las existentes entre las personas, las tortuosas que en nuestros infiernos nos cierran el paso. Traspasar las fronteras; también amarlas por cuanto definen una realidad, una individualidad, le dan cuerpo salvándola así de lo indistinto pero sin idolatrarlas, sin hacer de ellas ídolos que exigen sacrificios de sangre. Saberlas flexibles, provisionales y perecederas como un cuerpo humano, y por ello dignas de ser amadas; mortales en el sentido de que, al igual que los viajeros, están sujetas a la muerte, y no ocasión y causa de su muerte como lo han sido y lo son tantas veces”. Esta peregrinación interior de Elvira ha estado condicionada, claro está, por aventurarse a desvivirse en esta isla. “Todavía estoy enamorada”, le confiesa a su nieta, quien tal vez un día quiera reconocerse en otra cartografía. Le asiste el derecho no solo a ella, sino a todo ser humano con aspiraciones de conocer y probarse en otros horizontes socioculturales. Ello no implica faltarle a la memoria y menos a la identidad de cada cual.

Dos Islas se presentará en la sección oficial de la Muestra Joven ICAIC, 2018.

Intentar un viaje interno con el propósito de entender nuestro lugar en el mundo. El apego a un espacio tiene que partir de la conciencia. La isla (las islas), como toda realidad vivida por sus habitantes, ha sido primero pensada, luego sentida y por último transformada culturalmente. El poeta griego Kavafis escribió: “Dichoso aquel que guarda su Ítaca en el corazón, aunque su patria pequeña y pobre no llegue a isla y tenga acaso otro nombre”.

¿Cuál será el camino a tomar por la nieta luego de este testimonio audiovisual sobre el patrimonio de su familia? El registro de su casa en Cuba es ilustrativo, pero no más revelador que cuando se le pide, indirectamente, cuidado y conservación de lo obtenido. Atiéndase la secuencia cuando, en el patio, la madre le exige: “mira el jardín, las plantas, las frutas…”. Es como para que la joven realizadora reconozca: “Tienes techo y espacio externo. Sabes ya de los orígenes de todo lo obtenido. Ahora, ¿estás dispuesta a quedarte y mantener con cuanto comenzó tu abuela Elvira?”.

Hacia el final, la abuela y la nieta cantan y bailan Rompiendo la rutina, el clásico danzonete. La cámara particulariza los pies con las uñas pintadas de ambas mujeres. Elvira, cansada, se retira. Adriana se queda un poco más: susurra el estribillo musical hasta irse saliendo del encuadre. El cierre narrativo es acertadísimo y de mucha connotación por la ocurrencia estética.

Dos islas, de Adriana F. Castellanos, es uno de los documentales menos pretenciosos y entrañables de la edición 17 de la Muestra Joven ICAIC. (2018)

Un comentario

  1. Frency

    Sólo para agradecer este texto. De colega a colega y a la vez hermano de Adriana.
    Espero vengan otros como este con otras obras.
    Saludos.

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