Blonde: Manual actualizado sobre cómo destruir un mito

Ajena a las complejidades del contexto sociopolítico en que se ubica la trama, la cinta de Andrew Dominik cuenta la terrible historia de una joven llamada Norma Jeane.

La actuación de Ana de Armas es de lo más rescatable, al decir de la crítica, en la película de Andrew Dominik

Foto: Tomada de Cubadebate

Ajena a las complejidades del contexto sociopolítico en que se ubica la trama ―macartismo, anticomunismo, cacería de brujas, guerra fría, crisis de los misiles―, Blonde (Andrew Dominik, 2022) cuenta la terrible historia de una joven llamada Norma Jeane, quien asciende en el estrellato del cine estadounidense, a expensas de su bienestar emocional y sentimental, y a despecho de la moral imperante en una sociedad heteropatriarcal, conservadora y pragmática.

Se puede añadir que Norma Jeane sufre maltratos, abusos sexuales, violencia doméstica, bullying y un fracaso amoroso tras otro, mientras su fama aumenta y su vida se va hundiendo progresivamente en el alcohol y los estupefacientes.

Esta es, grosso modo, la sinopsis del filme que Netflix pone a consideración de su clientela. Negando su inscripción en el biopic, la interpretación que Dominik hace de la fuente homónima (la novela de Joyce Carol Oates, de 2000), revela un interés por inventar y sobredimensionar los aspectos más escabrosos e infelices de Norma Jeane Baker, nombre real de Marilyn Monroe. Rechazando cualquier faceta que enaltezca la figura de la diva, ofrece su perfil victimizado y sin develar otras fortalezas e intereses existenciales que completen su personalidad y hagan justicia a la verdadera Norma.

Hay varias cosas que Blonde se empeña en demostrar. Insiste en que Norma Jeane era una persona tímida, nerviosa, insegura y algo estúpida; cuyo bello trasero y rutilante jeta

le abrieron las puertas de Hollywood a través de la prostitución.

Por otro lado, mediante el extrañamiento y despersonalización que sufre Norma frente a la imagen de Marilyn, nos dice que esa persona no existió jamás, que solo fue un fetiche creado por la industria del entertainment y su correlativo advertising.

¡Oh Daddy, creo que la de la pantalla no soy yo!

Dominik no acepta que haya existido una mujer que gestionara su vida con cierto empoderamiento, aun al precio de protagonizar toda suerte de escándalos desde y dentro del modo farándula que gobernaba su vida. Marilyn, por todo lo que la película no cuenta, no ha sido un buen ejemplo y eso había que sancionarlo a través de Blonde, un filme oportunista, misógino y conservador.

La película sugiere intencionalmente que la pantalla de cine es el “espejo de Lacan” para Norma Jeane. Pero al ser incapaz de identificarse o reconocerse en aquella otra imagen, Norma no puede completar su yo, mucho menos acceder al mundo simbólico, y comprender lo que ella representa dentro de la matriz compleja, titánica y devoradora del movie business. Vive entre acosada y distanciada de su impacto como figura pública. Por eso cuando le preguntan cómo es ser una estrella de cine, ella responde insólitamente que no lo es.

Al inicio, sentimos lástima por aquella niña abusada e indefensa. Pero el filme va multiplicando sus episodios desventurados en una longaniza inacabable y fatigante, hasta que Norma y su sufrimiento nos saturan y terminamos exigiendo que se muera ya.

La identificación con Norma será apenas parcial, condicionada. Es fruto de la manipulación del canon, a partir de un melodrama que ha burlado lo biográfico para intentar un pastiche sobre la bancarrota emocional y mental de una star system. Pero también es fruto de la articulación de la narrativa clásica, con su perspectiva omnisciente y narración lineal. Así como de los ajustes al tema, la enunciación, y la tesis del filme.

Donde una cama se convierte en catarata

La infelicidad es el tema explícito de Blonde, enfocado desde el sufrimiento como castigo. Norma es una mujer de psiquis inmadura con un complejo de Edipo no resuelto, inducido por su propia madre, dado los términos en que venera al padre y por su relación abusiva con la hija. La obsesión con la figura paterna es el pivote de la enunciación, la cadena causal que sostiene su conflicto. De hecho, se suicida o muere por accidente, al enterarse de que ha sido engañada y manipulada por unas cartas que su padre nunca escribió.

Esta mujer, que no tiene amigas, es vapuleada por cualquiera: su madre, sus maridos, otras mujeres, los directores, el público. Hasta un feto cobra voz para recriminarla. La tesis del filme lo proclama con rastrera oblicuidad: el paterfamilias lo rige todo. Fuera de su potestad hasta la belleza es una maldición.

Blonde es la historia de la lucha entre un “vidente” ―el espectador― que conoce el material de base y va buscando corroboraciones, y un texto ofensivo y pusilánime que intenta hacer valer su misión arqueológica, poniendo de rodillas al esqueleto exhumado. Blonde es un pretexto para escupir la rabia. El hedor a venganza llega a extremos en que ya nada puede hacerse para justificar su aberración. Ni siquiera en aquel momento en que, enredada en un ménage à trois, Marilyn se aferra a las cataratas del Niágara.

Todo el episodio de la rubita drogada, trasladada en avión hasta New York para hacerle una felación al presidente, es de lo más siniestro que se haya visto en Hollywood, muy burdo por el rango de verismo que se le quiso imprimir. Humillación repartida entre la rubia y Kennedy, para colmar los dislates de un Dominik que quiere ver a la blonde tocar fondo, la garganta bordeando el vómito, para infundir ese mismo asco en el espectador.

La película de Ana

Desestimar otras referencias de lo que Marilyn pudo ser y reducirla al mondongo humano que vemos en pantalla, disfrazado de la impecable belleza que le aporta la caracterización de Ana de Armas, es un acto vandálico. Se siente el vaho a carne sangrante, a vísceras chamuscadas, a hormonas y fluidos rancios. Reditar el insostenible expediente de que una rubia hermosa es un «animal» apreciable solo en virtud de su dispositivo erótico, no puede conducir a peores derroteros.

En sentido general, puede afirmarse que los cubanos han recibido con beneplácito la noticia de que una compatriota, la actriz Ana de Armas, haya sido la escogida para encarnar a Marilyn Monroe, un mito siempre reciclable, quizás el más grande sex symbol en la historia de la cultura estadounidense.

Ana Celia de Armas Caso nació en Cuba hace 34 años. En la isla estudió arte dramático e hizo algo de cine (Una rosa de Francia, 2006, Madrigal, 2007). Pero fue su papel en el serial español El internado (2007-2010), lo que sacó su nombre del anonimato. Su carrera en Estados Unidos ha comenzado a engrosarse apegada a una positiva estimación de la crítica sobre su desempeño escénico. Su lanzamiento en Hollywood ocurre en 2015 junto a Keanu Reeves en Knock Knock.

En 2017 comparte créditos con Harrison Ford, Ryan Gosling y Jared Leto en Blade Runner 2049. Un año antes de protagonizar junto a Ben Affleck el thriller erótico Deep Water (Adrian Lyne, 2022), la encontramos convertida en la nueva chica Bond, en Sin tiempo para morir, en compañía de Daniel Craig. Yo la vi espectacular en su dueto con Walter Moura, en La Red avispa (2019).

Memorables ingratitudes de una nueva bombshell

Su ascenso en la gran pantalla ha sido paulatino pero irrevocable. Este momento en que su imagen hace hervir los reflectores, gracias a su caracterización de la Monroe, marcará sin dudas un antes y un después en su carrera. Para ella solo ha habido elogios. Los cubanos han sacado la bandera del orgullo nacional para arropar con ella a Ana de Armas. El cine Yara, contrario a su práctica de identificar en su marquesina título y director, anuncia la película de Ana. La gente hace enormes colas para verla.

Destruir el mito de Marilyn, como lo intenta Blonde, también pasa por ofrecerle el papel a una latina. Así estarán los legionarios de la pureza racial, cuando todavía resuenan los látigos condenatorios azuzados contra Halle Bailey, por su protagónico en La sirenita (2023).

Basada en el arquetipo que Marilyn se vio obligada a representar con frecuencia, Ana encarna el rol de rubia ingenua, carente de inteligencia y capacidad para gobernar su destino, pagando un precio alto por el glamour y la fama. De todas las imágenes posibles, a De Armas se le indicó cuáles estaba autorizada a reproducir, cuáles serían legitimadas y vendidas como Marilyn.

Y la cubana se pasó… Les dio con sobrada aptitud el personaje que la producción estaba buscando. Duele ver cómo limitaron y minimizaron el rol, impidiendo así que Ana demostrara todo lo Marilyn que podía ser. Pero la que fue, lo fue impecablemente.

No debe la actriz creer que ya la tarea está hecha. Un filme con un alto estándar técnico, que presume su fotografía, su edición y su diseño de arte; pero que resulta negligente e infame en su proposición ética, no puede catapultar el prestigio de nadie. Ana, que se apoye en Blonde y lo use de pedestal. Que afinque sus tacones sobre el cadáver de esta horrenda película, y que sus triunfos por venir borren el amargo dulzor de esta pírrica victoria (2022).

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