Se acabó el abuso

Fraseología y vida cotidiana.

En los diversos puestos de cuentapropistas, los precios no son para hacer chistes

Foto: Jorge Luis Baños/IPS

Como suele suceder en la fraseología popular, la frase “se acabó el abuso” está sustentada en la realidad, parte de ella, y tiene un fuerte componente de humor, es un sarcasmo. Recuerdo con exactitud la que fue, acaso, la primera vez que la escuché: la pregonaba una persona que proponía mangos en un mercado agropecuario. Para validar el porqué sus mangos eran más baratos, agregaba: “porque son robaos”. Eso añadía una mayor carga sarcástica. Lo peculiar en este caso era que partía del propio vendedor, quien, supuestamente robaba el producto para ofrecerlo a un comprador que cerraba el ciclo del “robo”. Todo un cuadro de comedia.

Pero ese humor forma parte del pasado. Han cambiado los contextos. En los nuevos escenarios post reordenamiento, los mercados agropecuarios estatales han perdido el protagonismo. Ahora lo ejerce una gran variedad de actores (término semiótico muy utilizado en el discurso oficial). En la zona donde vivo la mayoría de las personas hacen sus compras en los diversos puestos de cuentapropistas, donde los precios no son para hacer chistes. Como rezaba un dicho de antaño, “el horno no está para galleticas”. La anécdota que citaré es una representación actualizada del abuso, de su puesta en escena.

Existe, en mi reparto, un puesto al que no acostumbro acudir porque en la ocasión en que lo hice fui consciente de la manipulación que ejercen los vendedores en el pesaje. Aclaremos que en ese sitio siempre hay cola para comprar, porque tienen una estrategia de mercadeo que crea la ilusión de que hay mayor variedad de productos y precios más bajos.

Los precios ascendentes de los productos agropecuarios constituye una de las grandes preocupaciones de la población en la actualidad

Sin embargo, en fecha reciente, después de visitar los lugares habituales y no encontrar el vegetal que buscaba (remolacha), me dirigí allí y la hallé fresca y con mejor precio (en apariencia) al que regularmente se vende. De manera que tomé algunas y cuando las pesé en mi báscula digital (sin que me viera el comerciante), apenas sobrepasaban la libra y una onza; pero al ponerlas en la pesa del vendedor, las diecisiete onzas se convirtieron en libra y media. No esperaba eso. Pensé en que las remolachas “crecerían” hasta la libra y cuarto, pero no tanto. Por lo que debió costar 55 pesos, tenía que pagar 75.

¿Qué hacer en un caso así? Tienes dos opciones: o pagas “la multa”, o te quedas sin el producto. El vendedor no te dará la razón. Ni siquiera tienes derecho al pataleo. Nadie te va a apoyar. Y ahí no podrás volver cuando lo necesites. Así que no dije nada y pagué la multa, aunque trataré de no ir más a ese puesto. La incomodidad es mucha. A los vendedores no les importa. Les sobran clientes.

¿Acaso las personas que compran allí de manera regular son tontas, ingenuas, despistadas, o son prácticas y hacen una lectura distinta a la mía? Quizás asumen que no vale la pena molestarse, protestar, reclamar, coger lucha; o, simplemente no piensan nada, no se preguntan si el pesaje está correcto, de la misma manera que apenas se cuestionan si el pan que se comen es de una harina dudosa y tampoco si la pizza que les cuesta 150 pesos tiene una harina, un queso, un puré de tomate, también dudosos, raros.

Pero yo no puedo evitar pensar así. Y en esa línea de pensamiento, preguntarme: ¿Cuándo los cubanos (una gran parte) comenzaron a tener esa conducta? ¿Es una estrategia de sobrevivencia? ¿Eso es la resiliencia? Una vez más me remití al significado del término de moda desde 2020; el Diccionario de la Lengua Española me lo recordó:

resiliencia:

  1. Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos.
  2. Capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido.

De acuerdo con la primera acepción, al enfrentar al agente perturbador (no especifica qué debemos entender como tal), debemos adaptarnos a la situación. Es un enfrentamiento pasivo. Pero la segunda acepción se va del mundo de los seres vivos a otro reino más abstracto (material) y expresa un cambio (cese) de la situación o estado. Entonces, ese material (¿o querrá decir la materia y en ese caso nos incluye?) recupera su estado inicial.

Gran parte de la población cubana vive desanimada y se siente desprotegida ante una situación que no tiene límites.

Hay muchos vacíos, puntos ciegos, dudas, en esa definición lexicográfica elaborada en términos más filosóficos que semánticos. Si unimos las dos acepciones, solo si tenemos la capacidad de aguantar (adaptarnos) la situación adversa, podremos recuperar el estado inicial. Uno se pregunta, por ejemplo, cuánto tiempo debe resistir el ser vivo esa perturbación, hasta cuándo será capaz de adaptarse. Y si pasamos al campo de la física y recordamos la popular frase “candela al jarro hasta que suelte el fondo”, no se sostiene la segunda acepción: si el jarro (un material) suelta el fondo nunca recupera su estado inicial. ¿Y el mecanismo o sistema?

Regresemos a la venta de los productos agropecuarios y la vena humorística del cubano. Poco tiempo después de ponerse en circulación la frase “se acabó el abuso”, se hizo popular una segunda parte o continuidad: “llegó el atropello”. ¿Cuándo pasamos de ser abusados a ser atropellados? ¿Cuándo se hizo mayor la perturbación?

Son grados, matices del proceso. El término abuso tiene una lista extensa de sinónimos: exceso, extralimitación, exageración, injusticia, atropello. En realidad, el precio de la malanga era ya un atropello en la era del CUC, la del 25 por 1; ahora, con las nuevas y mayores perturbaciones, nuestra capacidad de adaptación está al límite y difícilmente nos permita volver al punto inicial. (2024)

2 comentarios

  1. Benito Abeledo

    Excelente reflexión de la triste realidad del cubano de hoy. Cuba se muere de a poco. Poco nos queda por desandar en los Círculos del Infierno que cada vez son más infernales 🥺

  2. David Santos

    ¡Muy buen trabajo! La razón a este comportamiento de aparente indiferencia de gran parte de los cubanos es sencilla: la entropía del sistema está decreciendo. Debemos recordar que un proceso espontáneo se caracteriza por una entropía que crece, la cual mide el número de estados aleatorios necesarios para describir el sistema. ¿Cómo se puede interpretar una entropía que decrece? Quizás como menos oferta, más pasividad, más tranquilidad. La buena noticia es que este comportamiento se puede revertir aumentando la temperatura. ¡La entropía siempre va multiplicada por la temperatura!

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