Visiones de la pandemia en suelo cubano (1)
La covid-19 y el encierro: oportunidades y consecuencias.

El escritor, periodista, editor y profesor universitario Rafael Grillo (La Habana, 1970) es jefe de redacción de la revista cultural El Caimán Barbudo y fundador de la web literaria Isliada.org.
Foto: Tomado de la web de la AHS
Más de un año después de registrarse los primeros contagios de SARS-Cov2 en el archipiélago, los cubanos enfrentan ahora un alarmante rebrote de casos propiciado por diversas cepas del virus que recorre el mundo desde fines de 2019. Con muy pocas opciones de aislamiento total, la gran mayoría debe seguir saliendo a la calle a diario para resolver sus necesidades más elementales con el consiguiente peligro de infección ante el más mínimo descuido en una cola, en un transporte, en un mercado, o en cualquier otro sitio.
Pero el prolongado encierro entraña también otros peligros para la salud. Vivir en un permanente estado de sitio es en extremo asfixiante, dañino, perturbador. Para saber su parecer al respecto, nos acercamos a un grupo de profesionales de la literatura, las artes, el periodismo, la comunicación, las ciencias, y les preguntamos cómo han lidiado con el tiempo, cómo han transcurrido sus días, qué reflexión quieren compartir sobre esta realidad y cómo imaginan el futuro post pandemia.
Rafael Grillo: una vida preocupada todo el tiempo por la enfermedad y la muerte, no es vida
El escritor, periodista, editor y profesor universitario Rafael Grillo (La Habana, 1970) es jefe de redacción de la revista cultural El Caimán Barbudo y fundador de la web literaria Isliada.org. La pandemia no ha detenido su febril actividad en los diversos dominios de la literatura y el periodismo por donde transita, como podemos ver en sus respuestas a la primera entrega de esta serie.
José Antonio Michelena (JAM): Rafael, ¿cómo has lidiado con el encierro, las ocupaciones, y el tiempo, en esta época de pandemia; en qué has ocupado tus días y tus noches?
Rafael Grillo (RG): Cuando se desató esta locura, lo primero que hice fue no dejarme poseer por el miedo y la aprensión. Había que incorporar comportamientos y cuidados mayores respecto a la higiene y la distancia social, pero no caer tampoco en la histeria ni en pensamientos apocalípticos. Lo más importante en ese comienzo fue reorganizar la vida familiar, los roles, los horarios, para convivir todos juntos más tiempo de lo normal y para cuidar a los más frágiles: las personas mayores, los más jóvenes. Luego, crear una rutina diaria, que incluyera desde la hora de despertar hasta la de acostarse, sin dejar que la ociosidad o la pereza se apoderara de mí. Había que salir a hacer las compras, a “la lucha”, a “resolver”, como decimos los cubanos, y mi esposa y yo nos encargábamos de ello. Por suerte, el teletrabajo no era nada nuevo para mí, ya lo tenía incorporado, así que lo profesional no implicaba casi ningún cambio, excepto las típicas reuniones, las citas y encuentros de trabajo que enseguida me adapté a concebirlas dentro del espacio virtual.
Esa virtualidad fue el gran auxiliador. Afianzar y desarrollar nuevas habilidades y vías para aprovechar las redes sociales en función laboral y también de la comunicación humana fue esencial.
Si te soy honesto, aproveché mucho más las primeras etapas de la pandemia, a lo largo del 2020. Hacía en las tardes entre una hora y hora y media de ejercicios, cuidaba mi dieta, desarrollaba en Facebook una intensa actividad de promoción cultural con la cual pretendía orientar a otros, y yo también descubría cosas nuevas. Me rodeé de libros digitales y de las mejores películas y series; me mantenía informado a través de internet, compartía, opinaba, discutía; participé en cuanto evento virtual me invitaban o me interesaba, hasta incorporaba esa vida virtual a la familia y participábamos juntos en algunas cosas. Más adelante incorporé una hora o más de caminata diaria, exploraba la ciudad, hacía fotos, muchas fotos, redescubriendo todo mi entorno cercano.
Aprendí a dar clases virtuales por Whatsapp para el curso que imparto en la facultad de periodismo, descubrí cómo participar en paneles y charlas virtuales con gente de todo el mundo, hice presentaciones de libros y preparé conferencias para ferias del libro virtuales organizadas desde varios países.
Otra actividad importante fue la de involucrarme con grupos interesados en proyectos colectivos. Así, estuve trabajando para un par de novelas colectivas, que llegaron a terminarse, y lo mismo con un par de libros de minicuentos, también entre varios autores. Todas fueron experiencias de trabajo muy creativas que disfruté muchísimo.
En todo ese tiempo, además, escribí cuentos, ensayos, artículos, exprimiendo todos mis movimientos, mis lecturas, el conocimiento acumulado. Saqué partido a nuevas habilidades y a las posibilidades de internet para organizar concursos, participar en eventos, crear grupos virtuales y todo eso siempre atento a las necesidades del entorno nacional y a las personas con las que interactúo en internet.
Las revistas que edito: Caimán Barbudo e Isliada, no se detuvieron, antes bien, fueron más activas que nunca. Y mis últimos diez años de trabajo como periodista y crítico, dispersos en cientos de textos y artículos, se convirtieron en tres libros, que espero puedan publicarse cuando las condiciones editoriales lo permitan.
Publiqué un libro de cuentos en una editorial online del extranjero y dejé lista su publicación para Cuba; reedité otro en México y otro más anda por ahí casi a punto. En fin, nada de tiempo perdido.
Pero, como te dije, casi todo eso ocurrió en 2020. Ya esta situación de pandemia se extiende demasiado y no tengo el mismo ánimo para hacer ejercicios o enredarme tanto en asuntos virtuales porque ya ansío una vida más real. Aún así, encuentro en los últimos meses ocupaciones nuevas, como que estoy ahora más inclinado por el cine y reanudé mis colaboraciones con la revista Cine Cubano. Intento reinventarme todavía y no obsesionarme con la idea de la vacuna milagrosa, a la que no le veo la hora de tenerla puesta en mi brazo.

JAM: Qué reflexión quisieras compartir sobre los efectos de esta plaga en los estados emocionales.
RG: El aislamiento nos puede hacer salir lo más neurótico de nuestro comportamiento, y la paranoia todo lo malo que guardamos dentro o lo que pueda detonar en esas condiciones. Puede envenenar las relaciones en el núcleo cercano, familiar, en el que estamos involucrados todo el tiempo. Hay quien precisa del vínculo social cara a cara de manera más absoluta, quien no sabe qué hacer con el ocio y se aburre y dilapida el tiempo, o lo usa de maneras que se vuelven contra él y contra los suyos. Pueden profundizarse el alcoholismo, situaciones de violencia doméstica, sentimientos suicidas, temores hasta infundados, creencias de fin de los tiempos. Se pueden romper matrimonios y amistades…
Pero también este encierro obligado puede ser una oportunidad de encuentro con nosotros mismos y de pensar en nuestros lados flacos y en los luminosos, una posibilidad para explorar nuestros gustos verdaderos, potencialidades, proyectos pospuestos. Y esos contactos cercanos se pueden fortalecer también. Un grupo humano abocado a la supervivencia, muchas veces saca de sí lo mejor justo porque no le queda otro remedio si no quiere disolverse o perecer. En mi caso personal, este tiempo de encierro me fue provechoso para una mayor adaptación al núcleo familiar donde vivo, la familia de mi esposa, un grupo extenso, de tres generaciones, y particularmente me ayudó a estrechar el vínculo con mi hijastra, a través de la exploración de los intereses comunes, su gusto por la lectura y sus ansias de desarrollo cultural.
Creo que al final de todo esto, pensando en qué vamos a desembocar como humanidad, es difícil planteárselo como un bloque donde todos somos iguales. Si bien muchos, en tanto individuos sí le sacarán buen provecho (no hablo del material, sino espiritual) a lo que se está viviendo, otros, en cambio, saldrán desfavorecidos. Lo ideal sería que en cuanto nación y en cuanto humanidad sepamos extraer lo mejor, por las enseñanzas y el desarrollo de cualidades y saberes, especialmente en el acápite de las nuevas tecnologías y cómo hemos aprendido a usarlas en pos de las inquietudes comunes y el deseo de mejorar nuestras circunstancias de vida, en lo social, lo político y económico, lo ambiental, etcétera.
JAM: ¿Crees que volveremos a una normalidad como la que teníamos antes de 2020?, ¿cómo imaginas el futuro post pandemia?
RG: En plena guerra mundial, la gente salía a las calles y se sentaba a charlar en los cafés, aunque tuvieran que correr a esconderse cuando las sirenas sonaban anunciando las bombas. Creo que ya estamos viviendo ahora un poco eso: una situación de excepcionalidad que se prolonga demasiado en el tiempo termina por naturalizarse y las personas comienzan a encajar sus actividades de siempre dentro de esa situación anormal.
Luego, creo que el trauma podrá durar todavía un tiempo, pero terminará extirpándose de la memoria, con esa deliciosa y terrible capacidad de olvido que tenemos los humanos. Apuesto, si acaso, que la humanidad se dividirá en dos bandos: los temerosos de toda la vida, que ya lo eran antes de la pandemia, quedarán más atrapados, más cautelosos, queriendo arrastrar a los demás a su escenario de terrores; pero, los del otro bando, celebrarán la vida, en una borrachera desenfrenada, como ocurrió en los desaforados años veinte de entreguerras y como volverá a ocurrir, porque la necesidad de contactos y de movimiento del ser humano no será extirpada por ningún evento transitorio.
Pienso que la mayoría volverá a intentar el regreso a la vida de antes, aunque esta situación nos haya dejado enseñanzas que ojalá aprovechemos. Y también nos ha proporcionado saberes que ojalá aprovechemos. En el plano personal, te digo que “ya me cansé de mi barrio y mi casa”… y de la mascarilla, por supuesto. Una vida preocupada todo el tiempo por la enfermedad y la muerte, no es vida. (2021)
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