Waldo Leyva: “Por encima de todo, el amor de los otros”
El poeta Waldo Leyva Portal recibió el Premio Nacional de Literatura 2024 después de algunos años de ser permanentemente nominado.

Tras varios años nominado, Leyva fue reconocido con el Premio Nacional de Literatura 2024
Foto: Tomada de TV Yumurí
Waldo Leyva es un hombre sencillo, jovial, de orígenes humildes que llegó a ser periodista, poeta, diplomático además de un fervoroso promotor cultural. Su obra conocida en Hispanoamérica abarca todas las modalidades de una poesía que se distingue por su humanismo y poder de comunicación.
Después de varios años de sucesivas nominaciones obtuvo, por fin, el Premio Nacional de Literatura correspondiente a 2024. Pero ¿qué piensa este autor de su propia obra, de la de los demás, quién es, en definitiva Waldo Leyva? A estas y otras interrogantes responde en esta entrevista llena de honestas confesiones y sabiduría intelectual.
Marilyn Bobes (MB): ¿Esperabas el Premio Nacional de Literatura? ¿Cómo lo tomaste?
Waldo Leyva (WL): Los premios llegan, cuando tienen que llegar. No es muy recomendable vivir esperándolos, porque a veces, por razones que es mejor no detenerse en ellas, nunca aparecen, como ha ocurrido con varios autores nuestros que partieron sin obtener el Premio Nacional de Literatura. Durante años, amigos muy cercanos me decían: esta vez sí te otorgarán el Premio; algunos incluso lo escribían o lo expresaban en conferencias, o en encuentros donde suponían que era oportuno comentarlo.
Estoy seguro de que eso ocurre con varios autores que lo merecen. De hecho, en la casi totalidad de los mensajes de felicitación que he recibido, desde las más diversas latitudes, señalan que desde hacía mucho debieron concedérmelo. Algo que seguramente han experimentado otros premiados.
Ser poeta ha sido siempre el único modo de sentirme vivo, muy pocas veces la poesía ha logrado garantizar el plato en la mesa”.
Quieres saber si esperaba el premio, si te digo que no, mentiría. Ahora bien, si te interesa saber si eso formaba parte de mi preocupación, o constituía una especie de meta o propósito, te digo que no, jamás estuvo entre mis prioridades y estoy seguro que me vas a entender, porque los que me conocen bien saben que no miento. Uno se alegra si le dan un premio y a mí este me hace muy feliz. Y fíjate, me hace feliz, sobre todo, porque me doy cuenta que ha complacido a mucha gente, y en eso radica el verdadero premio, porque compruebas que lo que tú has estado haciendo, durante tantos años, ha sido útil; que tus poemas le han servido a alguien para enamorar, encontrar respuestas o entender el alcance y la naturaleza de preguntas que le bullían dentro. Lo más importante, el reconocimiento más preciado es saber que mis versos asumieron la voz de otro, que sirvieron para que otro mirara con sus propios ojos la realidad o lo más intrincado de su ser. Descubrir, en los mensajes recibidos, a veces de personas que saben de mí solo por mi poesía, ese entrañable vínculo, es una sensación que no me resultaría fácil describir.
Aprovecho para agradecer a los que mantuvieron durante varios años mi candidatura al premio y al jurado que decidió a mi favor, especialmente a los excelentes poetas de generaciones más jóvenes que lo integraron.

(MB): ¿Qué cosas te motivan para escribir? ¿Por qué elegiste ser poeta?
(WL): No creo que nadie pueda elegir ser poeta, eso es un hecho, se es o no se es. Cuando sientes la necesidad de dialogar con la realidad, con los hombres y mujeres de tu tiempo, contigo mismo; cuando buscas una explicación y sientes que es tu misión encontrarla, no solo para ti; entonces se impone la necesidad de escribir, y reflexionas sobre tu realidad y tu tiempo, relatas, creas personajes, o te adentras en el fascinante mundo de los que tratan de desentrañar los misterios del ser. Si tienes el talento y la sensibilidad necesarias, descubres que todos esos elementos antes mencionados, y muchos otros, pueden ser materia para la poesía, que es en ella donde lo esencial del ser humano encuentra acomodo y vigencia; entonces te decides por los versos. Desde luego, la poesía no es patrimonio de la estrofa, habita en todos los ámbitos de la creación, y es parte de nuestro comportamiento como especie. La tarea del creador es encontrarla y hacerla residir en un hemistiquio, en las páginas de un relato, en un lienzo, en el barro, en el gesto del bailarín, en el tiempo detenido de una fotografía, en la melodía impalpable, en la mirada de quien ve transcurrir el crepúsculo o el nacimiento de una rosa, pero eso es tema para otra entrevista.
(MB): Entre la décima y el verso libre ¿cuál escogerías?
(WL): Tú conoces muy bien mi obra y sabes que en mis libros conviven, en perfecta armonía, o discrepando, tanto el verso libre, el poema en prosa como las más diversas estrofas, convencionalmente llamadas tradicionales. Yo he dicho muchas veces que la poesía, eso que tantos han querido definir y que sigue, para bien de los poetas, siendo un misterio, no hay que identificarla con el verso, sea este de la naturaleza estilística que sea. La modalidad estrófica que el poeta escoja tiene la función de atraparla, no es en sí misma la poesía. Desde luego, reconozco que la forma no es ingenua y tiene un alto grado de influencia en el resultado final, pero identificar poesía con verso, estrofa o género, es un error. Estos no son más que los medios de los que el poeta se vale para lograr su propósito. ¿En el mármol estaba el David? Sabemos que no, pero sin él, sin el cincel y la mandarria, esa metáfora no hubiera nacido de las manos y la sensibilidad de Miguel Ángel.
Lo que yo hubiera querido ser, por encima de todo, es Primera Base de un equipo de béisbol. Siempre me incluían cuando se armaba una novena porque era una garantía a la hora de batear. En estos tiempos hubiera sido bateador designado, no tengo dudas”.
(MB): En tu opinión ¿Cuáles son tus libros más logrados y por qué?
(WL): Esta es una pregunta que no tiene respuesta. Cada libro, como cada poema, es un cuerpo vivo, que termina respirando más allá de la voluntad del autor y responde a circunstancias muy específicas. Compararlos me parece injusto. Decir que uno es más logrado que otro solo sería posible si ambos fueran escritos bajo las mismas coordenadas, sobre el mismo asunto, y eso no ocurre nunca. Otra cosa sería hablar de los libros que, a nuestro juicio, cumplieron con eficacia el propósito que nos habíamos propuesto y destacarlos sin que eso implique devaluar otros. En ese sentido podría decirte que El rasguño en la piedra y Memoria del porvenir son dos obras que aprecio muy especialmente y que me complace haber escrito. En realidad fueron concebidas como una sola y tal vez algún día las pueda editar juntas.

(MB): ¿Quiénes son los poetas que te han influenciado?
(WL): Yo siempre he sido un lector voraz. En ese sentido, he leído a poetas muy diversos y estoy seguro que todos, de una forma u otra, han influido en mi manera de acercarme a la búsqueda de la poesía. Ocurre, seguramente a ti también te ha pasado, que hay períodos en que estás más identificado con un poeta o con una tendencia poética y luego, sin abandonar definitivamente esas preferencias, buscas otros derroteros. En ese proceso y en la relación con tu tradición lírica y con tus propias circunstancias vitales, se va forjando tu manera de hacer. De todos modos, hay autores a los que siempre vuelves y esos, en mi caso, son José Martí, César Vallejo y Jorge Luis Borges, entre otros. Tal vez algún especialista encuentra que en mis versos hay cercanía con autores cercanos o incluso desconocidos para mí, eso siempre será posible porque, en esencia, los poetas de una lengua están siempre en deuda con los que lo han precedido aun cuando los desconozca.
(MB): ¿Qué piensas de la actual poesía cubana?
(WL): Nuestra poesía, en el contexto de la tradición lírica del español, tiene un lugar de privilegio. Eso se lo debemos a poetas como José María Heredia –iniciador del Romanticismo en nuestra lengua–, a Juan Clemente Zenea, Plácido, Joaquín Lorenzo Luaces, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Luisa Pérez de Zambrana, José Martí –que, con Julián del Casal, forma parte de los renovadores de la poesía de Nuestra América–. Cuando todo parecía que nuestra tradición poética iba a sufrir un colapso, por la muerte de estos dos grandes, y la de jóvenes talentosos como los hermanos Urbach y Juana Borrero, aparecieron las voces imprescindibles de Regino Botí, José Manuel Poveda y Agustín Acosta que encabezan la lista de los que, en las primeras décadas del pasado siglo, enriquecen el acervo poético nacional. Permíteme citar los nombres de quienes llenan esos años iniciales de la centuria. Me refiero, entre otros, a Manuel Navarro Luna, José Zacarías Tallet y Regino Pedroso. Podría hacer una extensa lista de poetas que, a lo largo de la pasada centuria y los primeros años del presente siglo, han mantenido y consolidado ese lugar de privilegio de nuestra poesía en el ámbito de la lengua. Baste citar, a modo de ejemplo, y pensando en varias generaciones, los nombres de Dulce María Loynaz, Nicolás Guillén, José Lezama Lima, Eliseo Diego, Fina García Marruz, Gastón Baquero, Jesús Orta Ruiz, Fayad Jamis, Roberto Fernández Retamar, Carilda Oliver Labra, César López, Rafael Alcides Pérez, Rolando Escardó, Luís Rogelio Nogueras, Lina de Feria, Miguel Barnet, Georgina Herrera, Nancy Morejón, Raúl Rivero, Roberto Manzano, Roberto Méndez, Alberto Rodríguez Tosca, Nelson Simón, Marilyn Bobes, Reyna María Rodríguez, Soleida Ríos, Jesús Cos Causse, Arístides Vega Chapú o Leymen Pérez.
En todos ellos, y muchos otros que no nombro, porque sería demasiado extensa la lista, están los registros fundamentales de nuestra lírica, y sus obras están a la altura de la mejor poesía escrita en español.

(MB): Si hubieras tenido que elegir otro oficio que el de escritor ¿cuál sería?
(WL): Querida Marylin, como bien sabes, ser escritor en nuestras circunstancias siempre será, salvo excepciones respetables, un oficio que se ejerce en horarios no laborales. Si ser poeta para mí, ha sido siempre el único modo de sentirme vivo, muy pocas veces la poesía ha logrado garantizar el plato en la mesa. A lo largo de mi ya extensa e intensa vida, me he visto en la obligación de ejercer varios oficios. Fui cocinero cuando aún no había cumplido los diez años, obrero agrícola en mi adolescencia, dependiente de bodega, instructor de arte, director de varias instituciones literarias y culturales, profesor universitario, periodista, soldado, diplomático, etc. Sin embargo, para responder a tu pregunta, lo que yo hubiera querido ser, por encima de todo, es Primera Base de un equipo de béisbol. Siempre soñé con ser pelotero y de hecho en la infancia y la adolescencia practiqué este deporte, y no era exactamente malo mi desempeño, especialmente con el bate en la mano. Tal vez como jugador de cuadro o fildeador tenía ciertas deficiencias, pero siempre me incluían cuando se armaba una novena porque era una garantía a la hora de batear. En estos tiempos hubiera sido bateador designado, no tengo dudas.
(MB): ¿Cómo definirías a Waldo Leyva?
(WL): Voy a dejar que sea la poesía quien responda:
No soy de los que deciden el rumbo de los días,
los dejo pasar, confío que serán siempre favorables.
No me asusto ni hay asombro cuando me equivoco.
A veces, pocas veces, intento obligar las cosas
y lenta, suavemente, con terquedad tranquila,
voy poniendo cada piedra en su sitio.
Soy una mezcla de inseguridad
e inalterable rumbo.
Nadie sospecha el pavor que antecede
mi primera palabra.
Engaña el gesto seguro del discurso.
Temo a la noche, al olvido, a la traición.
Provoco la infelicidad, es mi costumbre,
pero busco, por encima de todo,
el amor de los otros.
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