La tercera vida del Gallo
Un museo singular.

El Mundo de Gallo es un universo heterogéneo con las marcas del humor y la sabiduría popular
Para Héctor y María Emilia, estrellas viajeras
Los vecinos de Alamar, especialmente quienes viven en la zona de Micro X, la más cercana a Playa Bacuranao, en el este de La Habana, han visto crecer, desde la década de 1990, un espacio muy peculiar junto a la ancha avenida por donde transita la ruta 26, una vía ahora identificada con un apelativo surgido de ese propio sitio: “la calle de los tarecos”. Pero, ¿qué son los “tarecos”?, ¿cómo y cuándo llegaron allí?, ¿quién los situó?
Los llamados –por una parte de la población– tarecos son objetos diversos dispuestos en infinidad de estructuras a la manera de esculturas sui géneris o instalaciones, en un perímetro de 80 metros, formando entre sí una especie de instalación gigante a la cual su creador ha nombrado Jardín de Afectos y también Mundo de Gallo.
El Mundo de Gallo es un universo heterogéneo con las marcas del humor y la sabiduría popular donde conviven –junto a los disímiles objetos– sentencias, aforismos, refranes, proverbios, que han sido creados, o reelaborados, o adaptados y puestos en escena por su hacedor, “el monosabio Gallo”, un criollo que muy socráticamente ha expresado: “Sé que soy inteligente porqué sé que no soy inteligente” porque “cuando sepa lo que ignoro seré sabio”.
Como paseante consuetudinario de la geografía alamareña, he visto el crecimiento de esa galería surrealista donde reposan los restos de planchas eléctricas, ventiladores, cafeteras, televisores, radios, mangueras, máquinas de escribir… avecindados con frases ingeniosas y he sentido la curiosidad de conocer a la persona que ha realizado esa exposición.
El Gallo, visto en su contexto, o fuera de él, proyecta una imagen exótica, muy barroca, de difícil lectura: un anciano de complexión fuerte y larga barba blanca, poblado de collares de semillas que igualmente cuelgan desde su cuello que se enroscan en sus brazos, y porta, al centro del pecho, un crucifijo. En conjunto, un enigma. Como me gusta resolver enigmas, o al menos intentarlo, fui a su encuentro.
Supe entonces que Héctor Pascual Portieles nació en 1924 en el pueblo habanero de Campo Florido, entre Guanabacoa y Guanabo, y allí creció, felizmente, al amparo de la campiña y el cariño familiar hasta que la circunstancia social –el padre quedó cesante de su cargo de juez– lo lanzó abruptamente, desde la placidez de la niñez hacia la crudeza de la realidad.
Después de haber transitado por los inicios del aprendizaje, sin suerte, en talleres de autos y panaderías, Héctor encuentra su destino laboral en el año histórico de 1936; desde los 12 años comienza a cortar pelos y rasurar barbas en Guanabo, cuya playa aún demoraría casi 20 años en alcanzar la fama.
Como barbero logra un depurado dominio de la navaja y las tijeras, por tanto establece y enriquece su clientela en una población que alcanza su plenitud en la década de 1950, cuando las playas del este despertaron el interés de los inversionistas y Guanabo era el único enclave de la amplia zona costera con acceso libre para todos.
Sin embargo, la prosperidad no le hizo olvidar a Héctor sus orígenes ni el legado revolucionario de sus ancestros y el cambio de régimen en 1959 lo tuvo entre sus protagonistas. Luego, por su confiabilidad política fue llamado a otro terreno, muy diferente al salón de barbero. Entre 1960 y 1990, laboró en los servicios diplomáticos cubanos y conoció el mundo.
En 1990, a la edad provecta de 66 años, recién jubilado, cuando el socialismo real se había desmoronado en toda Europa y la opción cero era una letanía creciente en la isla, Héctor Pascual hizo una jugada adicional de sacrificio: para que su hija tuviera vivienda propia, permutó su residencia del Vedado por dos apartamentos, recalando con su esposa en la llamada Siberia de Alamar.
Con su lenguaje barroco, El Gallo describe así la situación: “Llegué a este lugar como un náufrago; detrás de mí había un precipicio, pero delante estaba la esperanza. Yo me acogí a ella”, porque, finalmente, “la vida es una cobradora inflexible pero no implacable”, que viene a ser un símil de “Dios aprieta, pero no ahoga”.
En sus numerosos viajes a más de 20 países, Héctor acumuló un caudal de objetos, de recuerdos, que salieron de maletas y cajas para posesionarse en las paredes del estrenado hogar; así, unos cuernos de antílope traídos de África adornaron una cabeza tallada por el antiguo barbero, que ahora se propone empezar de nuevo para merecer la vejez. Ha descubierto una fortaleza en su interior y emprende el viaje hacia una nueva estación, tal vez la última.
Cuando las paredes del hogar fueron insuficientes para acoger a las criaturas que iban saliendo de su mente y sus manos, Héctor comenzó a situarlas en el exterior de la vivienda, a disponerlas en el espacio público. Y cuando los materiales y elementos propios alcanzaron su fin, llegaron donaciones, manos amigas, para continuar la obra.
Las criaturas expuestas en el museo de Gallo –un apelativo que heredó del padre– tienen todo tipo de rostro y no se avienen a un modelo o una estética particular. Podemos ver una montaña de componentes de máquinas de coser acompañada del siguiente cartel: “Esta obra está bendecida por Dios y apetecida por el Diablo”, o un buzón de correos coronado por unos cuernos y un teléfono, u otra pila de máquinas de moler carne con el rótulo: “Alcanzaron su esplendor después de Cristo, antes de la era de la soya y ahora con Gallo”.
También hay infinidad de figuras construidas por elementos muy variados. Y un mar de frases: filosóficas, irónicas, sentenciosas, punzantes, enigmáticas, metafóricas, procedentes de fuentes muy diversas, aunque la principal es la memoria y la capacidad de observación de Gallo. Son frases gallificadas.
Como reconocimiento a esta labor en su comunidad, Héctor Pascual recibió la Distinción por la Cultura Nacional, La Giraldilla de La Habana y el Premio del Barrio, pero su mayor satisfacción es saberse respetado y amado por todas las generaciones que llegan hasta su Jardín y agradecen sus afectos, de manera natural, porque “hasta la felicidad, si es impuesta, deja de serlo”.
Así, caminando sin prisa por la senda de la honestidad y de la luz, el Gallo sigue cantando su sabiduría, la que aprendió de la vida y del paisaje que, según él, son la misma cosa.
Un comentario
Devora
Wow genial el trabajo de Gallo, se ve su obra comunitaria, debe ser una celebridad sin duda. En mi proximo viaje a Cuba lo visitare sin falta.