Infancia y adolescencia en los estudios sobre la violencia en Cuba
Una sistematización de estudios sobre la violencia en Cuba analizó el maltrato intrafamiliar y escolar.
Durante la pandemia, niños y niñas vieron sus casas transformadas en escuelas, y a familiares, tutores y otras personas cuidadoras convertidas en educadores emergentes. La convergencia de los espacios significó también la superposición de las expresiones de violencia en Cuba.
El posible incremento de la violencia de género, favorecida por las condiciones de aislamiento social y la carencia de herramientas adecuadas para el manejo de estas circunstancias en muchas familias resultaron premisas claves para desarrollar una sistematización sobre la violencia contra niñas, niños y adolescentes. La iniciativa del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia en Cuba motivó a tres investigadoras cubanas a rescatar estudios nacionales sobre el tema.
Cómo se define el maltrato infantil
Según la Convención sobre los Derechos del Niño, se reconoce el maltrato infantil cuando se producen abusos y desatención hacia menores de 18 años. Se incluyen todos los tipos de maltrato físico o psicológico, abuso sexual, desatención, negligencia y explotación comercial o de otro tipo que causen o puedan causar un daño a la salud, desarrollo o dignidad del niño, niña o adolescente o poner en peligro su supervivencia. |
Clotilde Proveyer, María Antonia Miranda y Succel Pardini guiaron su investigación a partir de las siguientes preguntas: ¿Desde cuándo se estudia el tema del maltrato infantil en Cuba?, ¿De qué forma se hace?, ¿Existe uniformidad en los estudios o una metodología unificada?
Se percataron de que la mayoría eran estudios de caso con diferentes formas de aproximación. Sin embargo, descubrieron que la incorporación de la perspectiva de género en las investigaciones iba en aumento con el transcurso de los años, desde el 2000 hasta el momento de la sistematización, en 2020.
En total revisaron 209 publicaciones, entre informes de investigación, artículos publicados en revistas especializadas, tesis de la Universidad Central de las Villas, la Universidad de Oriente y la Universidad de la Habana, entre otras instituciones universitarias.
También analizaron memorias de congresos, monografías, diversas compilaciones y reportes de prácticas profesionales. De manera especial, las autoras consideraron los aportes, desde diferentes aristas, de un grupo de especialistas cubanos muy reconocidos, cuyos esfuerzos se dirigen al estudio, la transformación y la eliminación de la violencia contra niños, niñas y adolescentes.
Según Proveyer, Miranda y Pardini, dichos aportes expresaban una correspondencia con las políticas sociales cubanas tradicionalmente encaminadas a la salvaguarda, el cuidado y la protección de la infancia.
Sistematizar en tiempos de pandemia
La llegada de la covid a Cuba (el gobierno cubano reportó los tres primeros casos en marzo de 2020) generó importantes modificaciones a la dinámica de relaciones entre la ciudadanía y al funcionamiento de las instituciones sociales en su conjunto. En ese contexto, las medidas de cuarentena interrumpieron las rutinas y el apoyo social a infantes y adolescentes.
Además, crearon factores de estrés para padres y madres, en condiciones de ausencia de sistemas habituales de cuidado infantil, cierre de escuelas, confinamiento en viviendas. En esas condiciones, la familia debió asumir el rol de la escuela y sintió el incremento en la sobrecarga de cuidados, fundamentalmente para las mujeres.
Durante esa etapa, a la carencia de herramientas adecuadas para el manejo de tales circunstancias, en muchas familias se agregaron restricciones a las posibilidades de desarrollo académico, emocional, físico, cultural y social.
Las condiciones muchas veces coincidieron con los factores de riesgo del incremento de la vulnerabilidad de niñas, niños y adolescentes, puesto que algunas instituciones con el encargo de proteger a esos segmentos poblacionales quedaron inoperantes o vieron limitado su alcance.
Con las referidas premisas en mente y bajo las condiciones especiales descritas, Proveyer, Miranda y Pardini comenzaron su sistematización de estudios sobre la violencia en Cuba. Entonces se debatía tanto en gremios institucionales como en organizaciones de la sociedad civil y entre la ciudadanía acerca del contenido del nuevo Código de las Familias.
Se discutían pautas relevantes para la conformación de la norma jurídica, que incluyó temas como el maltrato infantil y que devino instrumento legal de gran relevancia en el enfrentamiento y la erradicación de cualquier expresión de violencia en Cuba.
Análisis del maltrato en la familia y la escuela
Los principales ámbitos tratados en los estudios sobre la violencia en Cuba que consultaron Proveyer, Miranda y Pardini se concentraron en la familia y en la escuela. Esta última se consideraba un espacio clave para profundizar en el funcionamiento de instituciones donde se manifiesta el maltrato.
Varios ejes temáticos resultaron significativos durante la sistematización:
- Formas de disciplina violenta, exposición a la violencia doméstica o de género y otras formas de violencia en el hogar.
- Discriminación por orientación sexual e identidad de género.
- Violencia y explotación sexual.
- Embarazos forzados y su interrupción obligada.
- Lesiones autoinfligidas y suicidio.
- Violencia contra niños, niñas y adolescentes ejercida por pares en el ámbito educativo e institucional.
- Expresiones de discriminación por discapacidad, color de la piel, condición económica u otras.
- Violencia en el entorno digital.
Entre los temas anteriores, las autoras identificaron aspectos comunes como las diversas causas de la violencia ejercida contra niños, niñas y adolescentes, el vínculo con la violencia de género y la influencia de normas, valores y estereotipos de la cultura patriarcal.
Al respecto, tuvieron en cuenta que, en la estructura asimétrica de la familia tradicional, sus miembros menores de edad se consideran propiedad de los adultos. Asimismo, corroboraron que la niñez y la adolescencia que sufre cualquier tipo de violencia suelen experimentar más de un tipo a la vez o a lo largo de su vida.
Por ende, escribir, investigar y socializar resultados sobre la violencia hacia la infancia y la adolescencia requirió para ellas una sensibilidad particular, al no tratarse de un objeto de investigación común.
Conozca en las páginas de IPS Cuba los aportes del escritor y periodista José Antonio Michelena a la investigación sobre el maltrato infantil en Cuba. |
Las investigadoras pretendieron hacer énfasis en que la creación de mecanismos, modelos y medidas de prevención y protección que siempre se relacionan con la necesidad de perfeccionamiento, actualización y mayores cuidados, mejor preparación, de reivindicar la ternura.
Comprobaron durante la sistematización que uno de los problemas presentes en las situaciones del maltrato era la actividad controladora que ejercían los responsables sobre sus víctimas, al lograr convertirlas en figuras cooperadoras a la hora de ocultar la violencia recibida.
Tal cooperación se apreciaba en las referencias a sentimientos de culpabilidad, humillación y vergüenza pública, incluso a través de pensamientos de merecimiento por parte de quienes se encuentran en situaciones de violencia.
Varios estudios señalaron que aunque los hechos de violencia se tornen repetitivos, las personas afectadas cooperan con invisibilizarlos al aparentar que no inexisten, sobre todo si no llegan a ser conocidos por otras personas.
De este modo, tanto la introspección como el silencio de participantes en varias investigaciones cubanas constituyeron poderosas herramientas para defender la integridad psíquica de cada quien.
Al respecto, Proveyer, Miranda y Pardini estimaron los pactos de silencio como otra forma de maltrato, al plantear que la violencia simbólica garantiza extender y perpetuar la situación de violencia por tiempo indefinido y sirve de escudo protector a los victimarios.
Para ellas, los pactos de silencio intensificaban los impactos de las causas y sus consecuencias; mientras que quebrarlos implicaba la continua y sistemática discusión social y pública sobre este fenómeno y la necesidad de visibilizarlo desde los diferentes actores sociales y los ámbitos relacionados con las prácticas de cuidado y crianza.
Sobre causas y consecuencias
Las autoras concordaron en reconocer que la cultura patriarcal, el sexismo y las asimetrías de poder se erigen en el contexto cubano como la causa fundamental que pervive y condiciona las situaciones de maltrato en la infancia y la adolescencia.
De igual modo reconocieron otros factores afines que se instauran como las causas visibles del problema, mientras que la naturalización de normas, tradiciones y costumbres patriarcales quedan protegidos en la cotidianidad y en las relaciones de convivencia intrafamiliar, comunitaria y social.
Entre los principales factores de la aparición de manifestaciones de maltrato infantil en las familias, los estudios sistematizados citaron los siguientes:
- La aceptación de creencias sobre el uso de métodos educativos coercitivos y con carácter maltratador.
- El desconocimiento de métodos educativos adecuados para aplicar en la etapa escolar y el incumplimiento de rutinas educativas en el hogar.
- Las situaciones familiares cotidianas y potenciadoras de violencia como problemas económicos, alcoholismo, violencia de género, desobediencia de los menores y los divorcios.
- El elevado porcentaje de alteraciones de la dinámica y el funcionamiento de las familias, que en su mayoría se tornan disfuncionales (extensas o uniparentales).
Como las causas sociales del fenómeno se destacaron estas seis:
- Los problemas de convivencia.
- Las migraciones.
- La falta de seguridad y de ubicación sociolaboral,
- La falta de reconocimiento social.
- Las exigencias del medio circundante, sobre expectativas de cuidado, protección.
Como principales consecuencias de las situaciones de violencia en diferentes ámbitos sociales se registraron los problemas del sueño, el llanto frecuente, la incapacidad para establecer independencia en la edad esperada, las dificultades con el lenguaje que impide expresar temores y necesidades, entre otros aspectos de la comunicación verbal, y problemas de conducta difíciles de manejar.
Según el estudio publicado en 2010 por las psiquiatras Nadieska Benítez, Juana Velázquez y Marta Castro, niñas, niños y adolescentes con discapacidades cognitivas, de Cuba y otros países, experimentaban sentimientos negativos que los hacía blancos perfectos para el maltrato.
Otros análisis sobre las causas del maltrato intrafamiliar apuntaron a la deficiente comunicación entre padres e hijos, la carencia de espacios en el hogar para la libre expresión de menores de edad y la interacción conjunta de cada miembro de la familia. Y entre las consecuencias más graves se registró la propensión al suicidio.
Como factores de riesgo de la aparición de ese fenómeno en las familias sobresalieron la ausencia de educación sexual, el desapego físico o emocional de los padres, sus actitudes negativas y métodos educativos inadecuados, que sumados al consumo de bebidas alcohólicas condicionaron la aparición de la violencia sexual.
El miedo, la inseguridad, los trastornos psicológicos y las lesiones fueron identificadas como las consecuencias principales del maltrato intrafamiliar. En el sexo femenino se identificaron las conductas suicidas, la infertilidad, la infección con el VIH-sida y el embarazo; mientras que en el sexo masculino predominaron las tentativas de suicidio.
Por otra parte, en el ámbito escolar se reconocieron como principales causas del maltrato una alta jerarquización de la marginalidad familiar, el alcoholismo y las conductas antisociales. Las consecuencias fundamentales documentadas en los estudios fueron el rechazo a la escuela, el ausentismo y deficiencias en el aprendizaje.
En consonancia, las investigaciones revelaron la poca atención a hijas e hijos, la falta de supervisión, el descontrol y las negligencias como causas del impacto notable del maltrato en la sociedad.
Esto se agudizaba por la autoridad excesiva, la ubicación de la violencia en la escuela como cuestión de segundo orden, la ausencia del tema en los documentos normativos y en los currículos escolares y la disciplina rígida que legitimaba la violencia simbólica de la institución escolar.
Actores involucrados
En las investigaciones se evidenció la incorporación paulatina de nuevas figuras que antes no aparecían en los estudios sobre la violencia y el maltrato, como los niños en situación de discapacidad, con distinta orientación sexual o identidad de género no heteronormativas, así como madres y padres adolescentes.
También se identificó la tendencia de madres adolescentes, sometidas a castigos y a otras conductas violentas, a convertirse en figuras más proclives a ejercer el maltrato sistemático, en contraposición con otros actores que, si bien eran menos, manifestaron conductas más graves y severas.
Las reflexiones se inclinaron hacia la comprensión de los vínculos entre violencia infantil y de género, por cuanto estas madres adolescentes recreaban los aprendizajes personales muchas veces matizados por los propios efectos de ser víctimas de formas de maltrato por ser mujeres.
Diversos autores coincidieron en que la permanencia de la cultura patriarcal en la sociedad posibilita reproducir creencias generadoras de conflictos y situaciones de violencia en el contexto familiar, que afectan el desarrollo de infantes y adolescentes.
La permanencia de la cultura patriarcal en la sociedad posibilita reproducir creencias generadoras de conflictos y situaciones de violencia en el contexto familiar que afectan el desarrollo de infantes y adolescentes.
De ahí que se generalizara el criterio de considerar la cultura patriarcal como una amenaza latente cuando se tiene en cuenta el carácter transgeneracional del maltrato infantil.
En su acercamiento al estudio de Reinier Martín, de la Universidad Central de las Villas Marta Abreu, en el centro de Cuba, Proveyer, Miranda y Pardini observaron que una parte importante de las personas que declaró asumir conductas violentas, tanto con sus familias como con sus parejas, fueron maltratadas en la infancia por sus progenitores.
Otras investigaciones superaron el concepto de disfuncionalidad aplicado a una única familia tipificada. Asumieron la existencia de familias funcionales, con predominio de niveles educativos medios y altos, concepciones tradicionales sobre división sexual del trabajo doméstico y la educación de los hijos.
En tal sentido, la profesora Caridad Cala, de la Universidad de Oriente, en el extremo este de la isla, publicó en 2013 un texto donde aseguró que las madres tienen la centralidad de todas las tareas domésticas y la atención a la tarea escolar y reproducen los estereotipos sexistas aprendidos por sus ancestros para educar.
Hace una década, los resultados de las investigaciones mostraron la necesidad de considerar los aspectos relevantes de la violencia en su dimensión social, al ser una conducta aprendida y aprehendida.
Se reconoció desde entonces que, por sus efectos y la profundidad de su arraigo, esa deconstrucción resulta compleja y se combina con prácticas no violentas, pues muchos episodios aparecen en las dinámicas de atención y cuidado, con formas sutiles o más cruentas; e involucra a actores que participan activamente en la construcción de los valores y los afectos.
Por consiguiente, se planteó que las situaciones violentas también se superponen, es decir, ocurren de manera sucesiva o simultánea.
Desde una perspectiva social aparecieron nuevas figuras involucradas con el uso de las tecnologías, puesto que las relaciones establecidas con desconocidos, a través del contacto con medios y herramientas digitales, crea situaciones novedosas para el estudio de la vulnerabilidad a la que se exponen niños, niñas y adolescentes.
A lo anterior se vinculó la categoría del autocuidado como un concepto inherente a las nuevas formas en las que se manejaba el término de prevención.
Se propuso considerar a la escuela como institución y figura tradicional para realizar las acciones preventivas; al asociarse la prevención a una labor educativa implícita que involucra a las funciones escolares. Estas resultaron fallidas por la ocurrencia de eventos como los descritos bajo la denominación de tipos de violencia.
Aunque este enfoque ha sido útil por subrayar las posibilidades de la escuela para contener y revertir expresiones de violencia que se originan en diversos ámbitos sociales puede encubrir un doble rasero: en el espacio escolar confluyen diversas causas y expresiones que pueden reforzar la violencia.
Algunos estudios analizados por Proveyer, Miranda y Pardini expusieron que los grupos de dirección no concretaban un modelo pedagógico científicamente estructurado y orientado hacia la prevención de los comportamientos violentos en los centros escolares cubanos, donde se prioriza resolver los problemas en el aprendizaje.
Conclusiones en destaque
Entre los aspectos relevantes del análisis sobre el maltrato infantil en la infancia y la adolescencia se destacó la permanencia de la postura adultocéntrica y el autoritarismo en el tratamiento de menores de edad expuestos a expresiones de violencia y excluidos de procesos transformadores de su realidad.
Además se identificó la falta de percepción de riesgo, la socialización de patrones sexistas, la naturalización de la violencia y de la violencia de género, así como la fragilidad de la atención y de la prevención.
Lo anterior se relacionó con la insuficiente difusión y aplicación en Cuba de la Convención sobre los Derechos del Niño, así como con la carencia de acciones que contribuyan al uso estratégico del tratado internacional para reducir las manifestaciones del maltrato infantil.
Como resultado de múltiples estudios se recomendó que niñas, niños y adolescentes hablaran abiertamente y tomaran conciencia sobre las situaciones que los hacen vulnerables, a partir de intervenir en las discusiones sociales, públicas y sistemáticas sobre el tema.
En tal sentido se hizo hincapié en que conozcan los sujetos, las instituciones y los mecanismos para establecer diálogos sanos, de crecimiento y dirigidos al esparcimiento de aptitudes, a fin de minimizar o frenar factores de vulnerabilidad.
Los estudios sobre la violencia realizados en Cuba revelaron que los niveles de percepción funcionan como engranajes que, si se conectan con prácticas, pueden abrir márgenes de tolerancia social y otorgar «aceptabilidad» a una violencia inaceptable.
Por ejemplo, se reiteró en varios textos el caso del castigo «educativo» dentro de la crianza, para modificar conductas de acuerdo a la visión adultocéntrica y patriarcal del sistema de normas y valores en el cual personas adultas pueden ejercer la fuerza y el poder sobre hijos e hijas siguiendo pautas diferenciadas según el sexo-género.
De igual modo se constató el vínculo entre las distintas formas de maltrato que se dan simultáneamente o propician el ejercicio de otras. Estas devinieron un elemento muy importante para destacar la multidimensionalidad de factores que hacen posible el maltrato infantil.
Varios estudios mostraron que el abuso sexual infantil se vincula a otras formas de violencia intrafamiliar, así como a formas paralelas de abuso calificadas como maltrato físico y emocional.
Todo ello se relacionó con el aprendizaje de la violencia y la interconexión entre los espacios e instituciones de socialización donde se construye la identidad de niñas, niños y adolescentes.
Lo anterior se consideró como un elemento a tener en cuenta en la formulación de políticas y programas que contribuyan a generar un proceso de reflexión para modificar las prácticas de crianza con matices violentos y el concepto de autoridad parental estrechamente ligado a la cultura adultocéntrica.
Primó el criterio de que la familia no utilice, en ningún caso, los deberes y derechos de educar, orientar, cuidar, vigilar y disciplinar a los hijos y las hijas como justificación del castigo corporal u otra forma de trato humillante.
Las investigaciones mencionaron los desafíos de enfrentar la reproducción o transmisión generacional de la violencia, sus ciclos de arraigo y las relaciones de poder asimétricas donde se evidencia con mayor fuerza.
Relacionado con ello, se refirió el reto de eliminar el maltrato que aún se acepta como costumbre normalizada y naturalizada, al punto que se puede invisibilizar, silenciar y ser culturalmente asimilada bajo preceptos educativos.
Durante la sistematización realizada por Proveyer, Miranda y Pardini, las autoras percibieron que el crecimiento solapado o abierto del maltrato sucede en las personas que utilizan esa expresión de violencia por haberla aprendido como instrumento pedagógico.
Estas resultaron ser las figuras centrales para prodigar atenciones y cuidados en el ámbito familiar u otros analizados en las investigaciones.
En general, los estudios cubanos resaltaron que la transformación, disminución y eliminación del maltrato debe ser una propuesta social que se implemente mediante una red de acción consciente, que atienda la multicausalidad, la interseccionalidad y las maneras combinadas en que se manifiesta la violencia. (2024)
Su dirección email no será publicada. Los campos marcados * son obligatorios.
Normas para comentar:
- Los comentarios deben estar relacionados con el tema propuesto en el artículo.
- Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
- No se admitirán ofensas, frases vulgares ni palabras obscenas.
- Nos reservamos el derecho de no publicar los comentarios que incumplan con las normas de este sitio.