Comunicación ambiental: Buscando el equilibrio

Los medios de comunicación pueden promover soluciones y una verdadera cultura ambiental si son capaces de generar debates.

Jorge Luis Baños - IPS

La noción de lo verde, el calificativo ecológico, se ha convertido en un asunto de moda.

En las pasarelas mundiales del periodismo y la comunicación, desfila con un toque rutilante la información ambiental. La noción de lo verde, el calificativo ecológico, se ha convertido en un asunto de moda, que lo mismo sirve para denunciar que para vender un automóvil o dar color y credibilidad a proyectos políticos, económicos, artísticos, obviando muchas veces las lastimaduras de un contexto global donde predominan patrones de producción y consumo insostenibles, que alimentan ese círculo vicioso que incluye subdesarrollo, pobreza y deterioro natural.

Pero los grandes problemas ambientales de hoy (contaminación, deforestación, crisis hídrica y energética, degradación de los suelos y las repercusiones del cambio climático, con su estela de eventos naturales extremos), lejos están de ser una mera cuestión de discurso o coartada para convocar a doctas reuniones internacionales. No constituyen únicamente desafíos en el plano ecológico, sino que están relacionados con la sobrevivencia cotidiana de las personas e involucran nociones culturales esenciales del ser humano, científicas, filosóficas y religiosas.

En 1971, nueve años después de que Rachel Carson cuestionara en su libro Primavera silenciosa el empleo de pesticidas químicos, e iniciara con ello una toma de conciencia mundial sobre la necesidad de preservar el medio ambiente, el Informe del Club de Roma “Límites del Crecimiento” restringía a unos cien años la supervivencia de la especie humana de no controlarse el consumo de recursos naturales.

De entonces a la fecha ha sido incontestable la necesidad de visibilizar en la esfera pública que la concepción antropocéntrica del mundo implica consumir recursos equivalentes a varios planetas Tierra, y el hecho de que tal destrucción es resultado también del modo en que nuestra especie se relaciona consigo misma y reproduce lo aprendido de la historia y la cultura, reflexión de Vilmar Berna, escritor y ecologista brasileño, premio Global 500 de la ONU para el medio ambiente en 1999.

En ese escenario de exponencial avance de una crisis –más que ecológica, civilizatoria, en la cual el tiempo disponible es escaso–, los medios de comunicación, al decir de varios estudiosos, parecen ser el instrumento más expedito para promover una cultura ambiental a la escala necesaria, y movilizar la participación ciudadana en función de un desarrollo económicamente satisfactorio y socialmente inclusivo.

Así, “los profesionales de la prensa pasarían a ser un ingrediente básico de estas interacciones, además de servir de puente a los vínculos entre científicos, tomadores de decisiones y la sociedad toda”.[i] Quiere decir que entre sus funciones estaría “atraer la atención de los políticos, funcionarios, empresarios, pues son quienes a diario definen los modelos de desarrollo, las legislaciones y las políticas de cada país con respecto al medio ambiente.”[ii]

El periodismo ambiental se devela entonces como un tipo de proceder que no solo informa sobre la interacción del hombre o los seres vivos con su entorno, sino que “analiza los procesos, enumera los efectos de aquellas intervenciones relacionadas con la naturaleza y el medio ambiente, sobre todo con su degradación, a partir de las investigaciones científicas, mirando las implicancias políticas, sociales, culturales y éticas, para procurar desarrollar la capacidad de las personas para participar y decidir sobre su forma de vida en la Tierra, para asumir en definitiva su ciudadanía planetaria”[iii]

El principio 10 de la Declaración de Río de Janeiro, 1992, recoge que “…toda persona deberá tener acceso adecuado a la información sobre el medio ambiente de que dispongan las autoridades públicas… Los Estados deberán facilitar y fomentar la sensibilización y la participación de la población poniendo la información a disposición de todos.”

Con la internacionalización del debate sobre medio ambiente y desarrollo, el avance de las tecnologías de las comunicaciones y las posibilidades de interacción que han abierto las redes sociales y la Web 2.0, crece la esperanza de que tales mandamientos puedan cumplirse.

La mayoría de las revistas especializadas en temáticas ambientales tienen ya plaza en Internet. Portales como Scidev.com, Ecoportal.net, Infoecología.com, o Ecoestrategia.com brindan información abundante y de calidad, además de los sitios de organismos internacionales como el Fondo Mundial de la Naturaleza o el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, complementados por las visiones personalísimas que ha aportado el boom de las bitácoras personales.

Ramón Pichs, subdirector del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial y uno de los cubanos que participó en el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático ganador del premio Nobel, opina que, “en sentido general, las actividades científicas sobre temas ambientales, tanto a escala internacional como nacional y local, tienen amplia cobertura, en un contexto de crecientes preocupaciones de la sociedad ante los grandes retos ambientales”.

Y agrega: Los comunicadores sociales (…) han incorporado gradualmente este enfoque integrador en sus trabajos. (…), pero el alcance de su aporte dependería del grado en que incorporen una perspectiva integral de análisis, que abarque las dimensiones clave del desarrollo sostenible (económica, social y ambiental), incluidas consideraciones políticas, tecnológicas y culturales; las interrelaciones entre ellas y un enfoque histórico en el estudio de estos asuntos”.

Algunos análisis del modo en que los medios de información abordan sucesos vinculados a la tirante relación entre la especie humana y su entorno natural corroboran esta demanda del investigador y no muestran un panorama halagüeño.

Un estudio publicado en 2011 por Maykell Boykoff, del Center for Science and Technology Policy Research, de la Universidad de Colorado, y por María Mansfield, de la Universidad de Oxford, muestra que de 2004 a esa fecha se había producido un incremento notable de la cantidad de notas periodísticas publicadas en diarios del Reino Unido, Europa, Estados Unidos y Oceanía sobre cuestiones relacionadas con el cambio climático y el calentamiento global.

Mas esa aparente conciencia está mediatizada por el enfoque de los discursos. En no pocos casos se tiende a lo sensacionalista o a lo coyuntural, casi siempre asociado a agendas políticas muy puntuales (convenciones internacionales) o a acontecimientos de tragicidad mayúscula, de esos que levantan fotos y titulares llamativos, al estilo de la catástrofe de Fukushima o el terremoto en Haití. Es decir, se apunta a las consecuencias, no a las causas; se mira el hoy, rara vez el ayer y menos el mañana.

A veces, el periodismo “coloca al mismo nivel riesgos demostrados y los que están en proceso de evaluación o que todavía carecen de comprobación científica; o se opta solo por un ejercicio de denuncia con un análisis simplificado de los problemas y una lucha entre ´buenos´ y ´malos´, lo que puede derivar en espectáculos y no necesariamente en procesos analíticos”.[iv]

Otra investigación dada a conocer en La Habana por el académico inglés Asher Minns, del Tyndall Center for Climate Change Research, devela que en los mensajes periodísticos sobre el cambio climático predominan esas visiones extremistas.

El 59 por ciento de los materiales compilados proyectaba una mirada alarmista, con titulares al estilo de “Es muy tarde”, “El fin del mundo” o “Apocalipsis now”. El 25 por ciento empujaba hacia la banda contraria y exhibía un optimismo desmesurado, a partir de la sublimación de las capacidades de la tecnología o del mercado libre, con la apoyatura de frases cargadas de retórica: “Todo estará bien”, “Calentar es bueno”… Solo el 15 por ciento de las historias analizadas podían catalogarse como equilibradas.

Diane Jukofsy, periodista costarricense especializada en Medio Ambiente, ha explicado algunas razones de estas carencias de la prensa ambiental. Una sería la inexistencia de periodistas especializados; otra, el hecho de que, a pesar de lo que pueda parecer, “con escasas excepciones las noticias ambientales no venden y por tanto los editores no gustan de ellas”.[v]

Ejemplifica tal afirmación con el estado de contaminación del Distrito Federal, capital de México. “El fenómeno no fue súbito: se fue poniendo peor cada año hasta alcanzar los niveles alarmantes de hoy”, afirma.

Y agrega: “Los medios de comunicación cubren regularmente estos temas con uno o dos reportajes al año, sin brindar nueva información o soluciones potenciales. Solo informan sobre el deterioro gradual de la situación, como si fuera normal vivir con deforestación, aire insalubre y agua contaminada. Hacer una buena investigación sobre un asunto ambiental requiere de tiempo y recursos. Los medios de comunicación, usualmente, tienen un déficit de personal y pocas veces un editor permite que se dedique más de un día para una historia o está dispuesto a pagar los costos de una larga investigación…”

Más allá de la profesionalidad y capacidad con que los medios asuman su trabajo, investigaciones sociales alertan sobre el hecho de que los mensajes en ellos son insuficientes para provocar cambios en los esquemas de conducta y deberían ser complementados con intervenciones interpersonales y comunicaciones personales.

No basta con las habituales campañas mediáticas a propósito de los días mundiales dedicados al ahorro del agua o a la protección de la biodiversidad, por ejemplo. La mayoría de nosotros piensa y actúa a partir de experiencias directas. Si tenemos agua todo el día, nunca pensaremos en que nos va a faltar. Si hemos sufrido inundaciones, esta circunstancia aumenta no solo la preocupación por el cambio climático, sino también “la disposición a participar de un comportamiento sostenible”.[vi]

Las ausencias mediáticas del periodismo ambiental en Cuba

Elementos a considerar en las coberturas de desastres

– Eludir rumores, mitos y comentarios poco confiables.

– No sembrar pánico por difícil que sea la situación.

– La visión humanista de los trabajos debe ir acompañada de un punto de vista de dignidad humana. No victimizar a los damnificados.

– Conocer de antemano datos de situaciones de desastres anteriores, consecuencias y respuestas.

– Tener conocimiento previo de los factores socioculturales, psicosociales, características sociodemográficas y de los contextos económicos y políticos de la comunidad, región o provincia afectadas por el desastre.

– Denuncia de las irregularidades en el manejo de la emergencia.

Fuente: “Gestión de la información y comunicación en emergencias y desastres. Guía para equipos de respuesta”, publicación del Área de Preparativos para Situaciones de Emergencia y Socorro en Casos de Desastres de la Organización Panamericana de la Salud/Oficina Regional de la Organización Mundial de la Salud (OPS/OMS), 2009.

Es posible constatar en la prensa cubana un sostenido aumento del número de materiales periodísticos que abordan la protección del patrimonio natural, pero ni en la cantidad ni en la profundidad y diversidad de los análisis –con la excepción que supondría la revista Bohemia– se corresponden con lo que implica vivir en un pequeño estado insular subdesarrollado, carente de los recursos financieros necesarios para revertir las afectaciones originadas por la contaminación, la pérdida de biodiversidad, las sequías recurrentes, salinización del manto freático, o los cambios socioeconómicos que se perfilan en el país.

En agosto de 2007 el magazín Juventud Técnica especulaba sobre la posibilidad de que una nueva revista sobre medio ambiente estuviera circulando en la mayor de las Antillas antes de 2010. El comentario basaba su pronóstico en un acápite de la Estrategia Ambiental Nacional, donde se decía que el país para esa fecha debería “disponer de publicaciones que permitan una mayor extensión de la experiencia cubana respecto a medio ambiente y desarrollo sostenible”.

Lo dispuesto no se concretó. Y sigue sin florecer hasta hoy una publicación dirigida a un público amplio que apueste, de manera exclusiva, por el abordaje y análisis de los peliagudos problemas ambientales que enfrenta Cuba. Una revista que pudo haber ocupado ese espacio, Flora y fauna, muestra un enfoque turístico-comercial, en tanto algunos folletos o boletines de proyectos comunitarios y gacetas locales no tienen un impacto significativo a escala de país.

Otras publicaciones como Ilé o Se puede, editadas por la ONG Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre, intentan ocupar algunos vacíos, aunque apuntan a destinatarios muy específicos. Ilé circula en un medio académico y coadyuva a crear espacios de discusión. Se puede aportar un enfoque práctico y divulgativo en cuanto a conceptos y le habla al ciudadano común.

Ningún impreso nacional, con la excepción de la página destinada a energía del diario Juventud Rebelde, consagra al tema espacios fijos; el tópico suele aparecer en las secciones de ciencia y tecnología, donde compite con el bagaje de información científica que se genera dentro y fuera de la isla.

La televisión cubana ha incluido nuevos espacios de corte naturalista. Las producciones La naturaleza secreta de Cuba, Guanahacabibes o Banao, por citar algunas, logran competir, desde el rigor científico y la elegancia, con la excelente factura visual de los materiales tipo Discovery; pero, en general, los programas sobre medio ambiente padecen de estética y capacidad de comunicación bastante pedestres.

La presencia de los conflictos ambientales del país en espacios noticiosos es casi nula y la blogosfera cubana apenas se ha enterado de los desequilibrios ambientales propios o foráneos.

Estas dicotomías entre los procesos de construcción de los mensajes y la promoción del modelo de desarrollo sostenible que se proclama deseable se evidencian también en el hecho de que información considerada ambiental aún camina muy por detrás de la deportiva, artística, económica y/o política, entre otras razones porque se muestra desligada de aquellas… y viceversa.

Por demás, muchos asuntos trascendentales para alcanzar la sostenibilidad en lo ambiental y económico se abordan sin la matización y profundidad que ameritan.

Giraldo Alayón, reconocido investigador del Museo Nacional de Historia Natural de Cuba, cree que “somos críticos, en voz de otros, de los problemas que aquejan a otras geografías, pero no se analizan, a profundidad, nuestros propios problemas ambientales, que casi revisten un carácter único…”

Múltiples son los ejemplos de tales ausencias mediáticas. Uno de ellos toma asiento en los puestos de venta de artesanía, donde no falta la oferta de tallas en guayacán, madera preferida por cubanos y extranjeros por su aroma y olor. Un visitante asiduo a estos sitios se preguntaba “¿cuántos guayacanes quedarán en Cuba, dónde estarán, cómo es su crecimiento y desarrollo?”.

La misma fuente contó que en una pequeña comunidad de Pinar del Río, al lado de un área protegida, existen 17 carpinterías privadas. “Si yo fuera periodista ambiental, mi análisis se centraría en mostrar de dónde sale la madera que abastece esa aberración tan desproporcionada, además de dar a conocer cuántas licencias hay otorgadas”.

Con la entrega de tierras en usufructo, el Decreto Ley 259 ha propiciado resultados impactantes en un corto plazo. Miles de hectáreas invadidas de marabú ya están produciendo alimentos, prioridad del Estado, de los gobiernos locales y del bolsillo del nuevo “empresario agrícola”. Pero, a la par, habría que focalizar en cuántas márgenes de ríos se ha desbrozado de ese “maldito marabú” que protegía de la erosión a ríos, presas y cuencas en general. Y cuántos de esos campesinos saben cuáles son las acciones de conservación de tierras y cómo manejarlas; cuántos están al corriente de cómo es su suelo y cuál su vocación.

Justamente los problemas ambientales asociados a la agricultura, un asunto de seguridad nacional para el país, son de los menos afrontados. Rara vez se analiza la contradicción entre planificar un desarrollo de cultivos muy exigentes de agua con un diseño de sistemas de riego altos consumidores del líquido, sin considerar la oscilación de la dinámica climática (el Niño-la Niña) que deja seco al manto acuífero por determinados periodos bastante largos.

Asunto polémico, también vinculado a la seguridad alimentaria, es el de la paradoja entre la promoción de siembras sostenibles bajas en dependencia de insumos, como los programas de agricultura urbana y suburbana, y aquellas alternativas favorables a dar continuidad a una agricultura intensiva, que privilegia paquetes tecnológicos petróleo+fertilizante/químico+insecticida), y coquetea con la soya y el maíz transgénicos, en un archipiélago sumamente frágil, cuya apuesta por el turismo internacional exige alimentos chemical free.

Otros tópicos esenciales como el cambio climático y la necesidad de adaptación a corto plazo se presentan todavía desligados de la cotidianidad, a pesar de la obra de los centros locales de gestión de riesgo creados en los últimos años y la labor del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, tratando de dar a conocer los riesgos y la necesidad de cambiar el pensamiento de la planificación económica empresarial y familiar.

Digamos que es frecuente mencionar las evidencias científicas del carácter antropogénico del actual cambio climático, desconectadas de la esfera de actuación del ciudadano, pese a que sus comportamientos cotidianos representan gran parte del problema. “Se habla mucho de reforestación, pero no se la relaciona con nuestro esfuerzo de mitigación. Hay que integrar la información, no ponerla como hechos aislados”, dice Roberto Pérez, de la Fundación Antonio Núñez Jiménez

Un análisis realizado para la elaboración de la Estrategia Nacional Ambiental 2010-2015 estima que los realizadores de los medios de comunicación no cuentan con la preparación necesaria para abordar las relaciones ambientales y valora como insuficiente, tanto el ejercicio de la crítica ante la actuación irresponsable como la difusión de buenas prácticas para la promoción de la sensibilidad ciudadana e institucional. “Las vías que se utilizan son muy planas e indirectas, sin debate, con información que no siempre logra llegar a los niveles culturales de la base”.[vii]

El periodismo ambiental estaría entonces lejos de cumplir lo que dicta la Ley 81/97 del Medio Ambiente, en su artículo 53: “Los medios de difusión masiva tendrán la responsabilidad de incorporar en el diseño y ejecución de su programación televisiva, radial y en la prensa plana, los temas ambientales que propicien una mayor información y conocimiento por la población, de las complejas interrelaciones y vínculos entre los procesos de desarrollo económico y social con la protección del medio ambiente, propiciando aumentar la cultura ambiental de la ciudadanía”.

Quiere decir: traspasar la fase de dar a conocer y alertar, para caer en el juicio y la reflexión profundos, que promuevan, mediante el debate, la búsqueda de soluciones alternativas y la sostenibilidad a escala de país, municipio, barrio y hasta el hogar, aplicando el discurso económico a favor de lo ambiental, vía que en opinión de un experto en desarrollo local “es la que convence al empresario, el productor, al privado (cuenta propista) o la ama de casa”.

La percepción pública del dilema ambiental

Resulta común observar en los murales de una escuela decenas de dibujos inspirados en el Día del agua o del Medio Ambiente; imágenes plagadas de canteros y rozagantes arbolillos al sol. O asistir a un matutino donde caritas infantiles entonan el rap del reciclaje.

Luego, esos mismos niños no reforestan y jamás reciclan. Arrancan las flores que otros regaron, van al parque de la esquina a cazar gorriones y hay quien les ríe la gracia y nadie les cuenta del tiempo que demoraron los árboles en dar sombra o por qué no deben quemarse las hojas que de ellos caen.

El Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) y el de Investigación en Gestión y Educación Ambiental (CIGEA), pertenecientes ambos al Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente de Cuba, realizaron en 1999 el primer diagnóstico de las percepciones de la población cubana acerca de los problemas ambientales fundamentales y de las autoridades responsables de su manejo.[viii]

Los resultados del cuestionario demostraron que 75 por ciento de las personas encuestadas tenía una concepción limitada del medio ambiente, a tono con la visión naturalista.

Expertos consideran que, ante los retos cotidianos de la economía de la isla, el ciudadano ha adquirido como filosofía, ya muy enraizada, la planificación a corto plazo. Se hace más complicado entonces llegarle con el discurso ambiental, cuando este implica una visión menos inmediata o puede condicionar y/o afectar la canasta familiar. O sea, el tema le resulta “lindo”, pero no es su prioridad.

El alto índice de instrucción de la población cubana facilitaría los procesos de apropiación de conocimientos. Sin embargo, la Estrategia Nacional de Educación Ambiental certifica la persistencia de “problemas culturales (…) que dificultan el cambio”, la existencia de “notables vacíos en el saber popular relacionado con el medio ambiente cubano, sus valores y estado actual” y el desaprovechamiento de “los espacios de participación ciudadana creados por la Revolución, para la elevación de la cultura ambiental”.

Con el volumen de recursos de información ambiental disponibles, urge implementar lo que establece la Ley del Medio Ambiente en materia de crear un sistema de información donde todas las instituciones que generan datos sobre el tema aporten, de manera cooperada, contenidos relevantes para la toma de decisiones, la elaboración de políticas y la elevación de la cultura ambiental.

Desde el punto de vista de la comunicación, la estrategia educativa ambiental cubana concebida hasta 2015 identifica como trabas la insuficiente disponibilidad de recursos financieros no prevista en los presupuestos de los organismos estatales y la poca calidad, diversidad y efectividad de los productos comunicativos dedicados al medio ambiente nacional y de la preparación de sus realizadores, entre otras.

Una variante del diagnóstico realizado por el CIPS, que se aplicó siete años después a los comunicadores de medios nacionales para evaluar sus conocimientos sobre desarrollo sostenible, confirmó que en ellos predominaba una concepción limitada del medio ambiente, aunque afortunadamente poseían una elevada identificación y sensibilización hacia los conflictos locales y una actitud favorable a la transformación.

Cobertura de ciclones: del periodismo de desastre a la gestión del riesgo

Los aborígenes antillanos temieron a los huracanes como una fuerza divina, hasta que lograron conocer­los y convivir con ellos, venerándolos. Desde época tan remota se cuece una cultura de coexistencia y adaptación a tamaños desastres.

Se especula que la primera descripción del carácter avasa­llador de un vórtice sobre Cuba la dio Álvar Núñez Cabeza de Vaca, al relatar el azote de un ciclón sobre la villa de Trinidad, en octubre de 1527. “Con prosa ruda, detalló los grandes vien­tos en espiral, la destrucción de casas e iglesias, la oscuridad tenebrosa, el desbor­damiento de los ríos, las descargas eléctricas. Como un reportero moderno, al día siguiente el conquis­tador recorrió el paisaje con animales muertos, siembras arrasadas, y reconoció sentir lástima de la tierra y de la obra hu­mana destruida”.[ix]

El historiador de la Meteorología cubana, Luis Enrique Ramos, otorga al Papel Periódico de la Habana la maternidad en la cobertura de ciclones en Cuba. Según el estudioso, este medio publicó una memorable reseña acerca del in­tenso huracán del 20 de junio de 1791, donde se detallan los destrozos atribuidos al meteoro y otros efectos observados en algunas localidades.

“Allí aparece implícita por vez primera la trascendencia del periodista y la prensa como testigo y agente principal de la memoria de los grandes acontecimientos que inciden en la socie­dad., y medio social orientador por excelencia”, establece Ramos.

El enfoque circunscrito a reseña y crónica va a perdurar “hasta la segunda mitad del silgo XIX. Una década después comienzan a incluirse gráficos y esquemas que, dirigidos al público, facilitaban la comprensión de los aspectos técnicos que ya se estrenaban en los artículos; principalmente la trayectoria del meteoro y las fluctuaciones de la presión”.[x]

Entre los diarios que con mayor regularidad acometieron tal obra pueden citarse “La Voz de Cuba, Diario de la Mari­na, El Avisador Comercial, La Lucha y El Triunfo”. Estrenado el siglo XX, ya no hubo publicación periódica que se mantuviera indiferente a los temas meteorológicos.

El tributo cardinal que los medios de comuni­cación han hecho a la meteorología es reducir el impacto de los huraca­nes, mediante los avisos tempranos y el traspaso de experiencias, para evitar que los estragos se repitan. Después de 1959, con la catástrofe económica y humana que representó el ciclón Flora en 1962, la creación de la Defensa Civil ha ido ajustando una especie de mecanismo de relojería en el que los comunicadores y periodistas son rueda fundamental.

Un informe de OXFAM América, titulado “Superando la tormenta: lecciones de reducción de riesgo en Cuba”, valora que los éxitos del modelo cubano tienen base en su “naturaleza multidimensional”, que “abarca desde la existencia de legislación dirigida a la mitigación de desastres hasta el desarrollo de una cultura de la seguridad, pasando por la movilización comunitaria”.

Para OXFAM, tal impacto social, definitorio en la reducción de riesgos fren­te a un desastre natural, se edifica “mediante una pers­picaz estrategia de bien público”, enfoque distinto al habitual en otras geografías.

La investigadora colombiana Ana María Miralles considera que “el tema de la “gestión de riesgo es excluido de las agendas de los medios por razones periodísticas tales como que no es noticiable, o por el hecho de que dueños y directores, ya sea por inercia o por apuestas activas, están sintonizados con los patrones de desarrollo que generan las vulnerabilidades y los desastres. (…) es mucho más funcional abordar el tema del desastre como noticia que develar las maneras de cómo los modelos de desarrollo generan exclusión y vulnerabilidad.”[xi]

En cambio, el programa de Comunicación Social cubano asociado a la gestión de desastres incluye estrategias específicas para la información sobre cada peligro que afecta el archipiélago, lo cual facilita el trabajo de los medios en la preparación de la ciudadanía.

Un despacho de la agencia de prensa AP sobre el paso del huracán Gustav por el Mar Caribe en 2008, ha­cía notar: “Aunque mató por lo menos a 122 personas, incluyendo 26 en Estados Unidos, Cuba no ha reportado muer­tes…” Días después, el periodista francés Salim Lamrani se preguntaba cómo explicar tal singularidad. Para Lamrani, lo distintivo del “caso cubano” es que “no se deja nada al azar”, que “toda la población está perfectamente informada de los peligros que representan los ciclones y sabe perfectamente cómo reaccionar en caso de alerta”.

Michale Marcotte, periodista y consultor, afirma que un medio de comunicación desempeña varios roles importantes durante la cobertura de una crisis: “es una fuente de información vital al decir qué está ocurriendo, dónde, quién está siendo afectado, cómo transcurren las cosas, y por qué. Es una línea de comunicación mediante la cual se pueden salvar vidas al transmitir información crítica de y hacia las partes afectadas. Y puede ser, además, una señal de advertencia temprana si transmite la información a tiempo”[xii]

Un rasgo distintivo del modelo cubano de cobertura de huracanes lo constituye la presencia permanente frente a las cámaras de la televisión del jefe del Departamento de Pronósti­cos del Instituto de Meteorología. Trascienden así los meteorólogos el escenario científico y su labor alcanza un impacto inusual en materia de comunicación: el ciudadano común confía en ellos cuando se trata de poner a resguardo su vida y bienes ma­teriales. Otro sello de estas coberturas fue la asidua presencia mediáti­ca del ex presidente Fidel Castro, mientras estuvo al frente del gobierno.

La experiencia de Cuba muestra que no es imprescindible –aunque sería desea-­ble-, que un periodista especializado en temas medio ambientales, meteoroló­gicos o de seguridad participe directa­mente en la “persecución” del meteoro. Depende de la estrategia de cada redacción.

La imbricación de los corresponsales, habituales o enviados, con los periodistas especializados, que dominan cabalmente terminologías, antecedentes y suelen poseer archivos personales bien documenta­dos, ha deparado obras recordables. Aquellos cuen­tan el drama, las anécdotas, y estos ponen el análisis de estadísticas, las comparaciones entre temporadas, etc., en conveniente simbiosis.

No obstante, la asiduidad de los ciclones y la escasez de personal periodístico en el contexto cubano han llevado a que la gran mayoría de los profesionales de los medios se impliquen en las co­berturas. Tal desempeño colectivo reclama amplia sociali­zación del conocimiento científico, los términos, en­foques de manejo y estrategias de enfrentamiento a cualquier tipo de desastres.

Si ningún ciclón se manifiesta de igual for­ma, no podría hablarse de una cobertura ideal. El repaso de las estrategias comunicativas uti­lizadas por los medios de prensa de la isla para contar el paso de los meteoros permi­te afirmar que cada una implica un proceso único en la conformación de una verdad desde múlti­ples factores, algunos de ellos inesperados e indomables.

Lo primero, en todo caso, es distinguir los in­tereses informativos nacionales de los provinciales o locales, de acuerdo con la proximidad o lejanía del siniestro y su impacto particular en cada región.

El reportero y el fotógra­fo cada vez se ven más forzados a abando­nar el comportamiento pasivo o de simple observador, con preponderancia ofi­ciosa, para adquirir una connotación de pro­tagonistas. Incluso, desde aque­llos momentos en que el fenómeno no está presente, pues la sociedad exige educación social sobre este a través de los medios.

Es decir, la creación de una cultura de previsión de ries­gos en los ciudadanos demanda de una gestión comunicativa que no se circunscriba a la tempora­da ciclónica o a lo puramente noticioso, ni siquie­ra solo a los medios de prensa. “Es la divulgación sistemática y dosificada durante todo el año la que construye hábitos”, opinaba el periodista Ramón Brizuela en el Taller Re­gional sobre Coberturas Periodísticas de Huracanes en el Caribe, celebrado en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí, en 2008.

“Si durante la situación ´en caliente´ apura la cró­nica del momento, la fase recuperativa pide un en­foque interpretativo, (…) seguir la venta de materiales y de artículos de primera ne­cesidad a los damnificados, mostrar cómo hacen las personas para continuar su vida. Solo así el públi­co, y también quienes toman las decisiones, pueden aprender las lecciones que cada ciclón va dejando”.

La prensa deviene constructora de una cultura de adaptación a fenómenos climáticos adversos. No obstante, persisten insatisfacciones en el modelo cubano de cobertura de ciclones y riesgos.

Luego del paso de los fuertes huracanes de 2008 (Ike, Gustav y Paloma), el presidente cubano Raúl Castro convino en que, si bien se ha logrado proteger la vida frente a los desastres socio-natu­rales, los daños materiales son cuantiosos, la vulnerabilidad elevada y la reconstrucción no siempre se ha realizado con el enfoque de reducir futuros riesgos, ya sea por la escasez de materiales, por la falta de cono­cimientos o por el apremio de “resolver”.

El propio huracán Ike fue símbolo de las consecuencias de una baja percepción de riesgo, al afectar zonas del oriente del país, donde la poca frecuencia de afectación por meteoros provocó la pérdida de la memoria histórica, tanto de las autoridades como de la ciudadanía.

Roberto Pérez Rivero cree que todavía se insiste mucho solo en lo referente a la Defensa Civil, “lo que mejor funciona”, pero que faltaría hablar de “resiliencia”; o sea, “la capacidad de los asentamientos humanos de resistir y recuperarse rápido”.

La telerreportera pinareña Belkis Pérez Cruz lo resume en una interpelación a sí misma y sus colegas. “Aún no trabajamos suficiente sobre la base de reducir desastres. Cada día vemos levantar­se edificaciones que luego se caen y no buscamos a los arquitectos para que nos digan por qué se de­rrumbaron. Solo el seguimiento de esas historias, a lo largo del tiempo, nos hará creíbles y efectivos”.

Más información

Etapas del periodismo ambiental

Contemplativa (Siglo XVI-Finales del XIX): La información que aparecía sobre el medio ambiente era anecdótica (descubrimientos geográficos, monterías, sequías, bondades de las plantas…), sin prestar atención a las causas de los problemas.

Participativa (Finales de siglo XIX-mediados del XX): Los medios repercuten los adelantos científicos ambientales y las preocupaciones ecológicas de diversos grupos sociales y conservacionistas En 1978, el periódico español La Regencia informaba de los ensayos realizados en la Exposición Universal de París con una cocina solar. En 1888 surge National Geographic Magazine, publicación que se ha colocado entre las más influyentes en el tema ambiental. A principios del siglo XX, las energías renovables son un asunto recurrente en la prensa.

Activista (1960 a la fecha): Primavera silenciosa dio lugar al crecimiento del periodismo medioambiental. Los medios de información general –y los especializados que proliferan- se incorporan a las causas ambientalistas, con denuncias, exigencias políticas y formación cultural de los ciudadanos.

En los medios surgen líderes de opinión ambientalista. Jacques-Yves Cousteau, explorador e investigador marino, también fotógrafo subacuático, fue el primero en popularizar en todo el mundo las filmaciones submarinas realizadas con el barco Calypso. Félix Rodríguez de la Fuente, experto en cetrería, logró influir con sus programas para la Televisión Española, El hombre y la Tierra, realizados desde 1974 hasta que lo sorprende la muerte, en 1980, filmando en Alaska. Con el desarrollo de la comunicación se ha incluido también la dimensión ambiental en los dramatizados, musicales y otros telespectáculos destinados a públicos diversos.

Luego de la Cumbre de Río (1992) surgen numerosas organizaciones que agrupan a los comunicadores ambientales como la Red de Comunicación Ambiental Latinoamericano y del Caribe, afiliada a la Federación de Periodismo Ambiental con sede en París. A finales de 1994 aparece en España la Asociación de Periodistas de Información Ambiental (APIA), que organi­za actividades destinadas a promover el debate ambiental y favorecer el encuentro con profesionales y organismos nacionales e internacionales que trabajan en esta área.

Fuentes: Toni Pradas: ponencia en Seminario Regional Periodismo, Medioambiente y desarrollo, noviembre de 2010; Tamara Roselló y Marielys del Toro: “Entre el dicho y el hecho. El tratamiento comunicativo del tema ambiental en Cuba”, trabajo de diploma, Universidad de La Habana, 2003.

 


[i] Entrevista al Dr. Ramón Pichs Madruga, subdirector del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial (CIEM), mayo de 2010.

[ii] Tamara Roselló y Marielys del Toro: “Entre el dicho y el hecho. El tratamiento comunicativo del tema ambiental en Cuba”, trabajo de diploma, Universidad de la Habana, 2003.

[iii] Víctor L. Bacchetta (coord. y editor): Ciudadanía planetaria. Temas y desafíos del periodismo ambiental, IFEJ/FES, Uruguay, 200, referenciado por Rogelio Fernández Reyes en “La sostenibilidad: una nueva etapa en el periodismo ambiental y en el periodismo en general”, publicado en www.eumed.net

[iv] Tamara Roselló y Marielys del Toro:ob. Cit.

[v] Diane Jukovsky. “El periodismo ambiental, una especie en extinción”, en Chasqui, junio de 2000.

[vi] Spence et al: Nature Climate Change, 2011.

[vii] Tomado de Portal de Educación Ambiental www.educambiente.co.cu

[viii] Alexei Padilla: “El medio ambiente en la red. Tratamiento del tema medioambiental en la Intranet de la Universidad de las Ciencias Informáticas”, Universidad de Ciencias Informáticas, 2009.

[ix] Iramis Alonso, Bárbra Avendaño y Antonio Pradas: A mal tiempo, periodismo. Cobertura de huracanes en Cuba, UNESCO, 2010.

[x] Luis Enrique Ramos Guadalupe: “Sobre la cobertura de prensa en los ciclones tropicales que afectaron a Cuba“, en A mal tiempo, periodismo. Cobertura de huracanes en Cuba, UNESCO, 2010.

[xi] Ana María Miralles: “Periodismo público en la gestión de riesgo. Proyecto de Apoyo a la Prevención de Desastres en la Comunidad Andina”, PREDECAN, versión digital, Lima, 2009. Tomado de Alexei Padilla, ob. Cit.

[xii] Ricchiardi S. Potter D: “Cobertura de desastres y crisis”, International Center For Journalists (ICFJ), Advancing Quality Journalism Worldwide, 2009 [citado el 14 de enero de 2011]; Disponible en:

http://www.libertad-expresion.org.mx/wp-content/uploads/2010/06/ICFJ_disaster_ESP.pdf Tomado de Alexei Padilla, ob. Cit.

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