De cómo una vaca cubana llegó a ostentar un récord Guinnes

Hace unos meses lamentamos la desaparición física de Enrique Colina. Las nuevas disposiciones en torno a la tenencia y sacrificio de ganado bovino nos hacen recordar su documental dedicado a Ubre Blanca.

Crítico de cine reconocido por el programa 24 x segundo, Enrique Colina (1944-2020) dejó también una importante obra documentalística.

Foto: Tomada del Cubacine

Hace unos meses lamentamos la desaparición física de Enrique Colina (1944-2020), maestro de la comunicación audiovisual, prestigioso documentalista cubano y profesor de nuevas generaciones de cineastas.

Cualquier persona en Cuba reconoce a Colina como el artífice de 24 por segundo, programa televisivo que siempre echaremos de menos y en el que, con su natural y criolla amenidad, nos instruía cada semana sobre los vericuetos del séptimo arte.

En los días que corren, cualquier medida que contribuya al bienestar de la población, es amplificada con rapidez, y hasta sirve al comentario jocoso, tan propio de nuestra idiosincrasia. Ahora tocó el turno a las nuevas disposiciones en torno a la tenencia y sacrificio de ganado bovino.

He pensado que a la vuelta de unos años, quizás, nadie recuerde las restricciones que existieron en torno al consumo de carne de res; y se borre también de la memoria que la carrera de Colina, como realizador, termina (¡qué coincidencia!) con un documental dedicado a una estelar rumiante que se llamó Ubre Blanca.

Cualquier tiempo pasado ¿fue mejor?

La década del ochenta en Cuba trajo consigo, en su primer lustro, una suerte de bonanza económica, más ilusoria que real, pero que implicó la “liberación” de productos de la canasta básica solamente adquiridos, hasta ese momento, mediante la tarjeta de racionamiento.

A primera vista, lo que suele notarse o desprenderse de la labor artística de Colina, es su perentoria voluntad crítica, su escrutadora mirada sobre los desperfectos de la azarosa vida del cubano humilde.

Una de las aristas de ese presunto florecimiento se concretó en el llamado “mercado paralelo”, que la gente enseguida denominó “tiendas de los ricos”, definiendo así que no era aquello un ensayo de comunismo científico, sino una alternativa para quienes ostentaban mayor fortuna monetaria.

Tan pronto el bautizado Periodo Especial se convirtió en una realidad desoladora, se impuso, como mecanismo de consolación psicológica, una nostalgia en relación con los ochenta. A inicios de los noventa las carencias más urgentes se localizaban en la alimentación, repercutiendo de modo negativo en el ánimo popular.

Para una población cuyos hábitos alimenticios remiten a la cultura de la carne y la leche, Matilda y Ubre Blanca se convirtieron en dos grandes mitos bovinos: Matilda como fetiche, como marca de identidad de productos lácteos nacionales.

Ubre Blanca como metáfora ideológica de lo que el socialismo cubano pudo alcanzar a principios de la década de 1980. A esto se refiere, precisamente, el documental de Enrique Colina titulado La vaca de mármol (2013).

Nostalgia de la carne rusa

A primera vista, lo que suele notarse o desprenderse de la labor artística de Colina, es su perentoria voluntad crítica, su escrutadora mirada sobre los desperfectos de la azarosa vida del cubano humilde, específicamente durante los “bienaventurados” años del presunto confort, derivado de la ayuda económica de la antigua Unión Soviética.

Ubre Blanca, la vaca cubana que llegó a ostentar un récord Guinnes

Cualquier acercamiento a su obra tiende a poner en ribetes su mirada voraz, resuelta en tono humorístico y, al propio tiempo, el visceral acercamiento a ciertos problemas de nuestro socialismo tropical.

En un documental anterior, Los bolos en Cuba, Colina se enfrascaba en la exposición de lo que desde su experiencia como individuo, como investigador y como cineasta podía aportar a la complicada historia de los rusos en esta isla. Visto como un sueño abortado o una pesadilla, cada entrevistado revela allí su percepción del asunto.

Con esa misma estructura, dispuesta a la reconstrucción de la Historia, y con similar estilo, La vaca de mármol expone los avatares de Ubre Blanca, un ejemplar al que llegaron a extraérsele 109 litros de leche en un día, derrotando con ello a una famosa vaca estadounidense, Arlinda Ellen, que mantenía el récord mundial de 80 litros desde 1975.

Ese es el tema que se desarrolla en la superficie pues, en lo profundo, significa un viaje de la memoria, para ventilar cuentas pasadas a la luz de un mundo que se ha vuelto más implacable y menos ingenuo. Y como entre nosotros reza aquello de que las mayores verdades se dicen riendo, el perspicaz realizador nos ofrece una articulación desenfadada, jocosa y burlesca del asunto, a la vez que lo sustenta con integral honestidad y seria argumentación.

Colina demuestra una vez más que, evaluando fenómenos coyunturales, se puede obtener una visión de la sociedad cubana, sobre qué fuimos, qué queda de lo que fuimos, y cómo nos veíamos en las circunstancias del año 2013.

A partir de una edición ágil y un apropiado ritmo dramático ilustra, recrea y redimensiona los significantes hasta donde la inteligencia del espectador sea capaz de elevarse. Busca extraer el máximo zumo a esa profundidad sugerida, artísticamente potenciada, y vivencialmente enriquecida, no solo por la mirada personal del realizador, sino también de los narradores convocados por él, cercanos en su mayoría a los hechos que cuenta el filme.

Testimoniantes del episodio olímpico

El magisterio documental de Colina alcanza en esta obra momentos de reflexiva hilaridad, tan sutiles y profundos como lo hiciera en casi toda su filmografía anterior. Maestro de la ironía, echa mano a elementos de rápida identificación emotiva, desde las intervenciones de los niños mostradas al inicio, con gracia y sencillez, hasta el empleo de recursos infográficos en función de la descripción y la narración.

También cede por instantes la palabra al transeúnte, ese típico cubano donde se funden el discutidor, el chovinista, el alardoso, el macho caribeño y el proletario internacionalista, el tipo de la calle —rara vez intervienen mujeres— dispuesto a debatir cualquier aspecto de nuestra paradójica realidad.

Aunque con esas apostillas persigue darle un sabor popular y un aliento de mayor verosimilitud al escenario que sirve de fondo a la vida de Ubre Blanca, me resultan poco felices, pues algunos, más que citas, parecen descartes de Los bolos en Cuba.

Sin embargo, los testigos directos: campesinos pecuarios, vaqueros, técnicos, veterinarios, custodios, científicos ofrecen una versión integral de aquel episodio, junto a los matices que aportan periodistas, artistas e intelectuales.

Y no hay que olvidar la voz en off que nos ha guiado durante los primeros minutos, para darnos una visión ecuménica de lo que la vaca significa desde el punto de vista cultural.

“Hay que ver la presión que exige mantener una vaca campeona; no hay ser humano que resista eso ni vaca tampoco, porque es un atleta de alto rendimiento que depende totalmente de ti, porque no habla ni piensa”, alega uno de los entrevistados; y a continuación vemos una de las famosas carreras de Alberto Juantorena, como paradigma de lo que el esfuerzo, que mezcla instinto y voluntad, puede lograr.

Los minutos finales, dedicados a la muerte y al proceso de “canonización” de la vaca, aunque dilatados en la fase correspondiente a la erección del monumento de mármol, completan la idea de sacralidad de un animal que fue, y sigue encarnando, el símbolo de la prosperidad alimentaria para el común de los cubanos. (2021)

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